dimarts, 4 de novembre del 2014

9N - La gran odisea


Finalmente llegaba el esperado 9N.

Después de toda la noche de fiesta, David salía de Barcelona por la Diagonal en su Ford Focus rezando por no toparse con un control de alcoholemia. No es que hubiera bebido mucho, lo normal, varios cubatas y un par de cervezas, pero había esperado un buen rato antes de volver a casa, solo. Sus pensamientos estaban en una rubia que estuvo a punto de caer a eso de las dos de la mañana, poco antes de acabar en los brazos de Carlos, el que siempre se las liga a todas, "que cuerpazo tenía la tía, ¿y eso? ¿unas luces? ¡Mierda! ¡Los urbanos! No, no son urbanos, ¡son militares! ¿Y eso que cruza? ¡Joder, son tanques!"
Los militares obligaban a circular a los vehículos por un lado de la Diagonal mientras decenas de tanques avanzaban por los carriles de acceso al centro de Barcelona.
Según las noticias, se había movilizado la gran mayoría de acorazados del norte de España que en las últimas horas se habían desplazado hacia Barcelona en un movimiento relámpago. No venían solos, le acompañaban un gran contingente de fuerzas de infantería y de guardia civil. Todos ellos se desplegaron de madrugada, en cuestión de horas, por toda Barcelona.
Mireia quería ir a votar lo más pronto posible, imaginaba que al haber pocos colegios electorales se formarían grandes colas y no era cuestión de perder el tiempo de esa forma. Cuando llegó al colegio donde le tocaba votar, éste aún no se había abierto. Decenas de militares habían tomado la escuela e impedían el acceso. Los voluntarios que debían gestionar las votaciones estaban retenidos en el interior, nadie podía salir ni entrar. Al parecer la idea de Mireia no había sido muy original, miles de personas ya estaban en la calle a las puertas del colegio, increpando a los militares que custodiaban la entrada. El móvil vibró, le había llegado un mensaje de su amigo Xavi, "Están sacando las urnas a la calle y estamos votando fuera del colegio".
Mucho antes de ese domingo ya se imaginó que algo así podía pasar. Desde luego se daba por hecho que el gobierno español actuaría por sorpresa y se debía estar preparado para cualquier cosa. En primer lugar se decidió que las urnas y las papeletas se guardarían fuera de los colegios para evitar que si se cerraban estos no se pudiera llevar a cabo las votaciones. Una parte de los voluntarios irían a los colegios confiando en que se diera una jornada normal de elecciones. Pero otra gran parte de ellos se quedarían fuera por si acaso al final había sorpresas desagradables. En ese caso, en este caso mejor dicho, las elecciones iban a ser una auténtica aventura.
Durante una hora la gente pudo votar en la calle, en las urnas sobre unas mesas improvisadas que sacaban los vecinos de sus casas, ante la mirada confusa de los militares. Esperaban órdenes de Madrid. Y por fin llegaron. Las decisiones rápidas nunca han sido la especialidad de los políticos, sobre todo cuando estas han de ser acertadas. Nuestra historia reciente está llena de desgraciados ejemplos: los hilillos de plastilina, que si la culpa fue de la enfermera, las dos lineas de investigación, etc etc. En este caso tampoco fue una excepción. La única idea que se tuvo de abortar las votaciones fue, una vez más, por la fuerza. Los militares recibieron la orden de hacerse con todas las urnas. Y eso es lo que fueron a hacer los soldados de infantería justo cuando a Xavi le tocaba votar. "Hagan el favor de retirarse y dejen aquí las urnas", dijo el suboficial al mando.
Xavi no hizo caso e introdujo la papeleta en la urna mientras los voluntarios le miraban a él y miraban al suboficial alternativamente. "Dejen las urnas y aléjense". Xavi se quedó junto la urna, los voluntarios tampoco se movieron. "¿Y si no obedecemos, qué nos vais a hacer?" El suboficial le miró fijamente, quería atemorizarle pero realmente era él quien estaba asustado. Por cada militar había unas quinientas personas en esa plaza. Poco a poco la gente se fue moviendo como una marea anónima y de forma espontanea formaron una barrera entre las urnas y los militares. Alguien escondió una de las urnas, y luego desapareció otra, y otra, hasta que ya no se vio ninguna. El suboficial intentó romper la barrera humana a empujones, pero en el momento que perdió de vista las urnas ya no fue capaz de adivinar a dónde se las habían llevado. Lo mismo pasó en la mayoría de barrios, los militares asistían impotentes a un juego de trileros en el que ellos eran las víctimas. Por suerte no hubo ninguno tan estúpido como para disparar un tiro, ni siquiera al aire, hubiese sido la mayor de las burradas, nunca les llegaría la orden de abrir fuego, eso habría sido la caja de Pandora del gobierno español de cara al extranjero. 


El pueblo pudo votar aunque fuera en unas condiciones penosas y con el boicot de una gran parte de los que consideran que votar puede llegar a ser antidemocrático e inconstitucional. De los que votaron, muchos lo hicieron soñando con la independencia, pero muchos otros lo hicieron porque creían en la verdadera democracia que es la libertad de escoger nuestro futuro, sin estar atados a las cadenas de un libro escrito bajo la presión de los fusiles. 

1 comentari:

Anònim ha dit...

Gran párrafo final. Grande de verdad,
Abrazos.
Amparo

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