dilluns, 7 de maig del 2012

El final

Nos subieron a aquel tren diciendo que era por nuestra seguridad. Se trataba de un tren de pasajeros bastante anacrónico, sacado de alguna película del Lejano Oeste, el viejo ferrocarril que unía la costa atlántica con la del Pacífico; sin embargo los asientos eran cómodos. De todos modos esa comodidad no me tranquilizaba, el caso es que me encontraba en un tren al que me habían subido "por mi propio bien", al igual que mi mujer y a mi hija. ¿Por qué? Nadie nos había dado ninguna explicación más. 
El ejército se había presentado en nuestro edificio y vivienda a vivienda habían ido recogiendo a todos los vecinos, trasladándonos sin tiempo a recoger ninguna de nuestras pertenencias. "Solo lo que lleven puesto, no hay tiempo para más. En el destino les darán todo aquello que necesiten.". Eso nos dijeron y no pudimos negarnos, no nos dejaban más opción. 
Alguien desató el rumor unos asientos por delante de los nuestros. Mientras mi mujer le daba la papilla a la niña - sus alimentos para un par de días fue lo único que alcanzamos a recoger antes de marchar - oí lo que alguien le comentaba en voz baja al del asiento de delante: "La profecía maya. No nos lo quieren decir, pero se está cumpliendo". Al principio casi se me escapa la risa, "menudo tarado" pensé. Pero no tardé en darme cuenta que pocas explicaciones mejores nos podían a dar a una evacuación a tan gran escala. La estación estaba a reventar en el momento que nuestro tren partía. Jamás había contemplado tal caos. A la velocidad que el rumor se expandía por el tren, un sentimiento de pánico se apoderaba de cada uno de nosotros. Nadie sabía qué hacer, ¿por qué nos evacuaba el gobierno?, ¿creían que habría posibilidades de salvar a la población?, ¿o quizás nos expulsaban de la ciudad para evitar un caos mayor? Yo observaba a mi familia, ¿qué sería de ellos?, ¿estábamos a punto de morir?, ¿y cómo? 
De pronto, alguien gritó. "¡Un médico!", quien lo pedía era un hombre que se había levantado para socorrer a un anciano que se había desmayado en su asiento. Imaginé que sería producto de la calor que hacía en el vagón. Estaba siendo un mes de diciembre muy frío, pero alguien se había pasado con la calefacción, o eso pensé, hasta que caí en la cuenta de que la ventilación del tren estaba apagada. Además, algunas ventanas estaban abiertas. ¿Cómo podía hacer tanto calor en pleno mes de diciembre? Ni siquiera en pleno verano en el desierto haría tanto calor. 
Y de pronto el suelo comenzó a moverse. Parecía como si el tren hubiese descarrilado. Me asomé por la ventanilla y lo que ví me dejó helado. Estábamos cruzando un escenario desértico. Un desierto surcado por inmensas grietas, y sobre esas grietas unas vías que se derretían. Debajo de las vías se abría un abismo oscuro, fauces de un monstruo que amenazaba con engullir al tren en pocos segundos. Entonces lo entendí todo. El dios Sol estaba sentenciando a la raza humana. Nuestro tren también se fundía, en breves instantes no seríamos más que cenizas, yo, mi familia, todos nosotros. Miré a mi mujer y a mi hija comenzando a deshacerse, observé como mis manos también entraban en combustión, mientras caíamos a un vacío infinito. 
¿Alguien escaparía de ese final?, ya todo daba igual. Para mí y para los míos era el fin del mundo.

1 comentari:

Miguel Emele ha dit...

Me ha gustado mucho el relato, Wambas. Por cierto, te quiero dejar el enlace a un foro sobre lectores electrónicos donde a menudo organizan concursos de relatos. Ahora están con uno de terror. Es la página de http://www.zonaereader.com/. Yo me descargué el otro día textos de los concursos de Ciencia Ficción, Medio Ambiente y los de Terror y me los voy leyendo en mi nuevo lector que sustytuye a mi antiguo Papyre. Sinceramente creo, por lo leído, que podrías tentar la suerte. Un fuerte abrazo.

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