dissabte, 29 d’octubre del 2011

El momento más feliz

Ha sido una noche dura. Apenas tres horas de sueños interrumpidos por unos lloros que reclaman comida. Y lo peor es que no es la primera noche ni será la última. Es lo que tiene ser padre primerizo, cuesta adaptarse a esa pequeña criatura que de repente se ha establecido en tu hogar cambiandotelo todo.
Aprovecho este pequeño oasis temporal de tranquilidad, mientras su mamá le acompaña en una siesta necesaria para ambas, para escribir sobre esta experiencia.
Hoy cumple doce días. En este tiempo se han sucedido momentos de gran estrés con otros de completa relajación, de sentirse tan colmado que las lágrimas te llenan los ojos sin saber la razón.
Sin ninguna duda el momento más especial fue aquel en el que nos conocimos, cuando la comadrona apareció en aquella sala de esperas solitaria con una cunita. Allí, entre gorrito, arrullo y pelele, estaba ella. Le separé un poco la ropita de la cara y entonces pude ver sus ojos extremadamente abiertos, y una increible sonrisa que le dedicaba al mundo, o quizás a mí. Esa fue la primera vez que me hizo llorar, a saber cuantas más volverá a hacerlo, espero que muchas durante muchos años. Entre sollozos saqué mi móvil y le hice su primera foto, “Bienvenida al mundo, Laia”, le dije con voz entrecortada por la emoción. Ella seguía mirándome, diciéndome con sus ojos casi ciegos “Hola papá”.
Ojalá nunca olvide ese momento, el más feliz de mi vida.

diumenge, 16 d’octubre del 2011

El cura rojo

Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, 28 de octubre del 2007.


Sesenta mil personas esperan el momento en el que su santidad, el Papa de Roma, beatifique 498 mártires de la guerra civil: todos ellos religiosos asesinados por el bando republicano. Cientos de banderas españolas ondean, algunas con el águila, otras, banderas carlistas; ninguna bandera republicana.
Entre esa multitud de personas, dos de ellas parecen aisladas aún estando en medio de todo el tumulto. Se miran y ambos hacen un gesto de asentimiento; en ese momento levantan una pancarta en la que se puede leer:

“José Pascual Duaso : Tú también mereces este recuerdo”.

Nadie les mira, siguen pasando completamente inadvertidos, o eso creen. Desde uno de los ventanales del Vaticano, un miembro de la curia romana lee la pancarta. Y a su memoria vuelve un caso que él creía enterrado para siempre en el olvido.





22 de diciembre de 1936, Loscorrales, Huesca


Don José, el párroco del pueblo, sale de su casa con una lechera. Se dirige al establo a ordeñar a sus dos vacas; la leche no es para él, si no para repartirla entre los niños del pueblo. Desde que empezara la guerra civil este hombre lleva sobre sus espaldas la responsabilidad de cuidar de la gente de su pueblo. Nunca les preguntó por sus preferencias políticas, él se vuelca en cada uno de ellos con la misma energía. Esa generosidad indiscriminada no había pasado desapercibida para ciertos personajes con mucho peso en la comarca, de los cuales ha estado recibiendo constantes amenazas durante estos últimos años. Pero la presión de estos caciques no ha conseguido amedrentar al cura. Hasta hace poco estaban en zona republicana y, aunque ellos aún mantenían gran parte de su poder, no podían hacerse notar demasiado. Nadie se había atrevido a tocarlos, pero sólo hacía falta una simple chispa para que el pueblo exacerbado se les lanzase encima. Sabían que más tarde o más temprano llegaría su momento, y al final así fue.


Hace tres meses que los nacionales dominan la comarca. En el caos producido por la guerra proliferan los corpúsculos paramilitares que se dedican a hacer la justicia por su cuenta en el nombre de Dios y del Caudillo. Se trata de bandas de hombres armados pagados por caciques de pueblo, que buscan la venganza sobre aquellos que se atrevieron a desafiarles durante los años de la República. En Loscorrales, hace ya tiempo que el objetivo es don José. Hasta ahora no se habían atrevido a tocarle al tratarse de un cura, un representante de la iglesia; poco a poco, ese temor va desapareciendo a sabiendas que el régimen no pondrá mucha atención en la muerte de un cura rojo en un territorio conflictivo lleno de maquis rebeldes.


Antes de llegar al establo, un par de hombres armados se interponen en el camino del párroco. Don José los conoce muy bien a ambos, son feligreses de su parroquia. El semblante serio de esos hombres no deja lugar a dudas, el párroco adivina sus intenciones. Otro hombre se sitúa detrás de él.


- No se gire, don José.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te mire a los ojos antes de que me ejecutes? ¿O quízas tienes miedo de que te tire la lechera a la cabeza? 


El cura se gira lentamente, pero no alcanza a mirar a los ojos a su asesino. Cae abatido al suelo antes, bajo la mirada de sus tres ejecutores.


Tan sólo uno de los asesinos cumplió un par de años de prisión. Durante decenios nadie se atrevió a hablar del tema en público, seguramente ni siquiera en privado. En esos tiempos era mejor olvidar. 


Monseñor Lafita recibió en los años ochenta la petición por parte del pueblo de Loscorrales de recordar a Don José entre los mártires de aquella guerra fraticida. Él personalmente, en nombre de aquel pueblo oscense, tramitó la petición, pero esta fue denegada: el párroco no tenía derecho a estar entre los mártires elegidos. Era un cura rojo, un caso incómodo para Roma.


Lafita sonríe lacónicamente con esos recuerdos y con la visión de aquella pancarta. Seguramente Don José no llegue nunca a ser declarado mártir, y sin embargo fue un digno representante de Cristo, el que posiblemente fuera el primer comunista de la historia.


Han pasado más de treinta años desde la muerte de Franco, y mientras a una parte de España se le aconseja olvidar antiguos rencores, otra parte de España presume de mártires asesinados hace ya setenta años por un enemigo cruel y despiadado.

diumenge, 9 d’octubre del 2011

Recuerdos

Había pasado muchas veces por allí desde que mi familia se mudara, hace casi veinticinco años. Muchas veces es poco.
De vez en cuando ponía más atención y me fijaba en el balcón del tercero tercera de aquel edificio, en el piso donde había vivido los primeros cinco años de mi vida. Sin embargo, tras muchos años de relativa indiferencia, había comenzado a sentir nostalgia con la simple visión de aquel edificio.

El primer recuerdo que viene a mi cabeza: no tenía ascensor. Pero no recuerdo si subir las escaleras de tres pisos se me hacía tan pesado cuando era niño como lo sería ahora que soy un hombre adulto.
El segundo recuerdo: El incendio en casa de la Fina, mi vecina del segundo, que entre su hermana y ella casi queman la vivienda jugando con unas cocinitas. La imagen de uno de los vecinos ayudando a los bomberos tirando al fuego vasos de agua ya no sé si es veraz o tan sólo el fruto de mi imaginación.
Tercer recuerdo: La habitación donde dormía con uno de mis hermanos. Esa habitación la recuerdo sobre todo por una pesadilla que quedó grabada en mi memoria hasta el día de hoy.
Cuarto recuerdo: El comedor donde toda la familia se congregaba a comer y a ver la tele. No olvidaré las noches de los viernes viendo “El hombre y la tierra”. Incluso recuerdo haberme levantado a verlo una noche que estaba enfermo en cama con fiebre. Me apasionaba el programa de Félix Rodríguez de la Fuente.
Quinto recuerdo: El balcón, y el día que se me cayó de las manos un bocadillo de chocolate y mantequilla. Recuerdo mirar con cara de atontado entre la barandilla como el bocadillo caía delante de un hombre que rápidamente alzó la vista hacia mí. Yo, un niño, instintivamente me escondí, seguro que aquel hombre subiría a pedirme explicaciones; por supuesto, no lo hizo.
Sexto y último: mi cinta de cassette con música del Oeste. Era mi música favorita. La mañana siguiente a la pesadilla, mis hermanos me vieron tan asustado que para animarme me la pusieron. En aquellos tiempos adoraba todo lo que tenía que ver con el salvaje oeste, como Bonanza o la Casa de la Pradera. Esa cinta nunca llegó al nuevo piso, desapareció en los recovecos de mi infancia más temprana.

Esos recuerdos, y algunos más – pocos, porque un niño tan pequeño aún no guarda tantos- habían vuelto a mi cabeza, después de mucho tiempo en estado latente. Y me obsesioné con regresar a esa vivienda.
Necesitaba saber quién estaba viviendo allí; si la distribución de la casa sería la misma y yo sería capaz de reconocerla; como me vería ahora en aquel balcón cuya barandilla entonces era más alta que yo. Sentí unas ganas irresistibles de volver y entonces me decidí a entrar en el edificio y llamar al timbre de mi antigua vivienda.

diumenge, 2 d’octubre del 2011

No ho oblidis - No lo olvides

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Durant una estona, com cada nit, la vaig envoltar entre els meus braços, fins que la son va començar a apoderar-se de la meva consciència. Llavors, necessitat d'una posició més còmoda em vaig allunyar d'ella i li vaig donar l'esquena.
En aquell moment un pensament nefast va creuar la meva ment. I si jo no despertava al matí? Quin seria l'últim record que ella guardaria de mi?
Un petit atac d'ansietat em va envair i ràpidament em vaig tornar a acostar a ella. Li vaig fer un petò al clatell i li vaig dir "Bona nit, no oblidis que t'estimo".

- Jo també t'estimo. - Va contestar ella.

Ja podia relaxar-me, esperar que la son m'arribés, amb la seguretat de que el meu amor sabria el que sento per ella en un dia tan especial, en el seu aniversari.

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