dijous, 29 de desembre del 2011

Merry Christmas Trisa

Solo el viento rompe el silencio de este árido pueblo del lejano oeste hasta que, súbitamente, tres personajes montados en unas extrañas criaturas irrumpen en la principal calle de Natividad.
Mientras, en el bar de este mismo pueblo, un hombre espera saboreando quizás su último bourbon sentado pegado a la barra del antro casi vacío. Tan sólo el barman, un hombre bajito, calvo y con bigote, acompaña a su cliente desde el lado opuesto de la barra, mientras seca unas copas gastadas por el paso del tiempo.
- Señor, creo que es la hora. - El barman apenas ha susurrado estas palabras, está claro que se encuentra aterrorizado. Natividad nunca volverá a ser la misma a partir de este día.

El cliente levanta su abundante figura de la mesa, deja un billete de los grandes y se larga sin esperar el cambio, arrastrando un gran saco de color rojo, tan gastado como el cristal de las copas del bar, o como ese uniforme que lleva y que tanto le pica, que lleva siglos picándole, pero nunca ha tenido tiempo o, mejor dicho, ganas, de cambiar por uno nuevo, suave y de un color rojo carmesí. La empresa que lo patrocina hace muchos años que se olvidó de él, tan sólo utilizan su nombre como reclamo comercial, pero el hombre hace tiempo que dejó de existir para ellos, desde que firmó con sangre el contrato que lo convertiría en uno de los personajes más famosos del universo. Ya no es un ser de carne y hueso, si no tan sólo un personaje de ficción que incita al consumo, al derroche sin control.

Santa Claus consigue llegar dando tumbos hasta las puertas basculantes del salón, las empuja y estas se rebelan golpeándole en los brazos mientras se vuelven a cerrar justo detrás de su inmenso cuerpo. Echa un vistazo y allí los ve, en medio de la calle, los tres, aún montados sobre sus camellos. Santa se acerca poco a poco, sin prisa.

- ¿A qué venís? - pregunta Santa
- Bien lo sabes, pagano – contesta el jinete de la barba blanca. Santa lo conoce muy bien, es un sacerdote proveniente de la India. Melichior le llaman. Dicen que es un gran brahman.
- ¿Y si os digo que me da igual todo?, ¿que por mí os podeis ir Natividad y vosotros a la mierda?, sólo quiero que me dejéis vivir tranquilo. Estoy harto de tanta competitividad sin ganar nada a cambio.
- Desde que apareciste en el mundo cristiano no has dejado de quitarnos protagonismo. No somos más que una sombra de lo que éramos, y todo por culpa tuya y de esa marca de bebidas que te patrocina. - este es Bithisarea, el sacerdote de origen árabe.
- ¿Y de qué me ha servido a mí?, ¿acaso no veis mis andrajosas ropas?, ¿no me oléis?
- Tú eres el culpable de nuestra desgracia, y por lo tanto debes pagar. Hoy, aquí, sólo quedará un símbolo de la navidad: tú o nosotros. - el último que faltaba por hablar, Gizbar el persa, el más arrogante de los tres sabios.
- ¿ Y qué vais a hacer? ¿vuestros camellos me van a venir a morder hasta que me maten?, porque a vosotros no os veo demasiado preparados para darme una paliza.
- Nuestros pajes están situados estratégicamente en los tejados con sus rifles de precisión. A una señal nuestra serás historia.
- ¡Bah!, eso ya lo soy. Incluso aún será peor para vosotros. Me convertiréis en un mártir, y ya veis que bien le fue a vuestro Mesías. Ese sí que será vuestro fin.

Están tan concentrados en su discusión estos cuatro personajes que no se dan cuenta del hombre que escucha a tan sólo unos metros de ellos. Su rostro y las entradas en su frente delatan que tiene más edad de la que aparenta, está atento a lo que aquellos seres comentan, semblante serio, aunque su cuerpo se mantenga relajado apoyando el trasero sobre el borde de un abrevadero. El primero que lo descubre es Bithisarea.

- ¿Qué haces tú ahí? - exclama contrariado el sacerdote.
- ¿Yo?, escuchar.
- ¿Te diviertes a costa nuestra o qué? - parece que al árabe no le gustan los cotillas.
- Más bien me avergüenzo.
- ¿Ah, sí?, ¿y eso, listillo?
- Bien, tanto Santa Claus como vosotros tres, sabios, magos, reyes, etc, etc, habéis conseguido que las navidades sean una tortura. Por vuestra culpa mucha gente se estresa por no saber qué regalar, o se decepcionan con los regalos recibidos, o se deprimen por no recibir nada de nada. Por vuestro mensaje comercial, al final los regalos no se hacen de corazón, si no por obligación, habéis corrompido el verdadero espíritu navideño que consistía en la reunión familiar, y el desear de corazón que la felicidad, la paz y la salud se extendiera por todo el mundo. ¿Sabéis cuantas familias se han discutido por vuestra culpa?

Ahora el que habla es Santa Claus, visiblemente enojado, con el rostro tan rojo como su traje.
- Oye, ¿tú quién cojones eres? Dime ahora mismo tu nombre que voy a olvidarme de todo lo que me hayas pedido.
- ¿Lo que te he pedido?, no te he pedido nada para mí, tan sólo quiero quedarme como estoy, con mi trabajo, mi familia, mis amigos, es decir, seguir con mi vida como hasta ahora, sin que nada ni nadie me lo toque.
- ¡Ajá, aquí estás!, esto es lo que pide este tío:
“mi único deseo este año es que mi amiga Teresa vuelva a tener salud, que recupere las fuerzas para andar y para viajar, como tanto le gusta. No hace falta que le devolvais la sonrisa porque eso nunca lo ha perdido, por muy jodida que haya estado. Tan sólo eso, y el resto dejadlo como está, no lo toquéis.”

Santa Claus se queda en silencio, mirando la carta que acaba de leer en alto, sin saber qué decir, rascándose la cabeza con su mano izquierda. Mientras, los reyes hacen una señal a sus pajes para que bajen las armas y se marchan todos juntos por donde han venido. Con un poco de suerte, alguno de ellos se sentirá tan mal que hará todo lo posible por cumplir con el deseo de aquel hombre... ojalá, por Teresa.

diumenge, 6 de novembre del 2011

Entre nosotros

Entró tambaleándose en la habitación de su hija. No hacía más de un minuto que su mujer le había despertado:


- Anesti, ¿oyes a la niña?
- mmm, no ¿qué ocurre?
- ¡Parece que esté hablando con alguien! ¿Por qué no vas a ver qué le pasa?
- ¿Qué le va a pasar?, estará hablando sola, todos los niños lo hacen. Se aburren y hablan solos, yo también lo haría si me despertara de pronto y me aburriera.
- Va, Anesti, por favor.
- De acuerdo.


Anesti entró en la habitación de su hija. Allí estaba ella, de pie sobre las barritas de su cuna. Hacía pocos días que había aprendido a levantarse ella solita en su cuna, eso abría infinitas posibilidades para sus juegos, y también para los riesgos que podía correr. Por ello que la mujer de Anesti estuviera tan preocupada ante cualquier sonido que llegase desde la habitación de su hijita. La niña se agachó y cogió un juguete de los que abundaban en su cuna. Se volvió a levantar y se lo ofreció a su padre. Anesti se emocionó al comprobar los nuevos logros que cada día alcanzaba su hija, le cogió el juguete que ella le ofrecía en su mano.
A continuación, ella se volvió a agachar por otro juguete, pero esta vez, no se levantó dirigiéndose hacia su padre, si no que se giró hacia el otro lado, se volvió a levantar sobre los barrotes de la cuna y alzó la mano con el juguete. Anesti sintió un escalofrío, su hija estaba ofreciendo el juguete a algo invisible. De forma inconsciente le cogió el juguete a su hija, que no tardó en quejarse de que su padre cogiese el regalo que no era para él.
Anesti sintió de pronto una presencia a sus espaldas. Se giró y casi sufre un ataque cardiaco al ver junto a la puerta a una mujer en camisón, con los cabellos sueltos alborotados.


- ¡Joder Mireia!, ¡qué susto me has dado!, ¡no vuelvas a hacerlo!
- Te estaba llamando desde la habitación y no contestabas, así que he venido a ver que pasa.
- Todo está bien, no te preocupes, lo que pasa es que tu hija tiene amigos invisibles. - Anesti rió jocosamente, casi de forma exagerada.
- ¿Qué hacía?
- Le estaba ofreciendo juguetes a algo que ella sólo ve y que estaría en ese rincón, donde su mesi....


Anesti no acabó la frase, al mirar hacia lo dirección donde señalaba, vio que encima de la mesita descansaban unos cuantos de los juguetes de su hija, perfectamente colocados. Esos juguetes nunca salían de la cunita de la niña.


Anesti y su mujer se miraron nerviosos y sin saber qué hacer, mientras la niña seguía mirando hacia la mesita de aquel rincón oscuro.

dissabte, 29 d’octubre del 2011

El momento más feliz

Ha sido una noche dura. Apenas tres horas de sueños interrumpidos por unos lloros que reclaman comida. Y lo peor es que no es la primera noche ni será la última. Es lo que tiene ser padre primerizo, cuesta adaptarse a esa pequeña criatura que de repente se ha establecido en tu hogar cambiandotelo todo.
Aprovecho este pequeño oasis temporal de tranquilidad, mientras su mamá le acompaña en una siesta necesaria para ambas, para escribir sobre esta experiencia.
Hoy cumple doce días. En este tiempo se han sucedido momentos de gran estrés con otros de completa relajación, de sentirse tan colmado que las lágrimas te llenan los ojos sin saber la razón.
Sin ninguna duda el momento más especial fue aquel en el que nos conocimos, cuando la comadrona apareció en aquella sala de esperas solitaria con una cunita. Allí, entre gorrito, arrullo y pelele, estaba ella. Le separé un poco la ropita de la cara y entonces pude ver sus ojos extremadamente abiertos, y una increible sonrisa que le dedicaba al mundo, o quizás a mí. Esa fue la primera vez que me hizo llorar, a saber cuantas más volverá a hacerlo, espero que muchas durante muchos años. Entre sollozos saqué mi móvil y le hice su primera foto, “Bienvenida al mundo, Laia”, le dije con voz entrecortada por la emoción. Ella seguía mirándome, diciéndome con sus ojos casi ciegos “Hola papá”.
Ojalá nunca olvide ese momento, el más feliz de mi vida.

diumenge, 16 d’octubre del 2011

El cura rojo

Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, 28 de octubre del 2007.


Sesenta mil personas esperan el momento en el que su santidad, el Papa de Roma, beatifique 498 mártires de la guerra civil: todos ellos religiosos asesinados por el bando republicano. Cientos de banderas españolas ondean, algunas con el águila, otras, banderas carlistas; ninguna bandera republicana.
Entre esa multitud de personas, dos de ellas parecen aisladas aún estando en medio de todo el tumulto. Se miran y ambos hacen un gesto de asentimiento; en ese momento levantan una pancarta en la que se puede leer:

“José Pascual Duaso : Tú también mereces este recuerdo”.

Nadie les mira, siguen pasando completamente inadvertidos, o eso creen. Desde uno de los ventanales del Vaticano, un miembro de la curia romana lee la pancarta. Y a su memoria vuelve un caso que él creía enterrado para siempre en el olvido.





22 de diciembre de 1936, Loscorrales, Huesca


Don José, el párroco del pueblo, sale de su casa con una lechera. Se dirige al establo a ordeñar a sus dos vacas; la leche no es para él, si no para repartirla entre los niños del pueblo. Desde que empezara la guerra civil este hombre lleva sobre sus espaldas la responsabilidad de cuidar de la gente de su pueblo. Nunca les preguntó por sus preferencias políticas, él se vuelca en cada uno de ellos con la misma energía. Esa generosidad indiscriminada no había pasado desapercibida para ciertos personajes con mucho peso en la comarca, de los cuales ha estado recibiendo constantes amenazas durante estos últimos años. Pero la presión de estos caciques no ha conseguido amedrentar al cura. Hasta hace poco estaban en zona republicana y, aunque ellos aún mantenían gran parte de su poder, no podían hacerse notar demasiado. Nadie se había atrevido a tocarlos, pero sólo hacía falta una simple chispa para que el pueblo exacerbado se les lanzase encima. Sabían que más tarde o más temprano llegaría su momento, y al final así fue.


Hace tres meses que los nacionales dominan la comarca. En el caos producido por la guerra proliferan los corpúsculos paramilitares que se dedican a hacer la justicia por su cuenta en el nombre de Dios y del Caudillo. Se trata de bandas de hombres armados pagados por caciques de pueblo, que buscan la venganza sobre aquellos que se atrevieron a desafiarles durante los años de la República. En Loscorrales, hace ya tiempo que el objetivo es don José. Hasta ahora no se habían atrevido a tocarle al tratarse de un cura, un representante de la iglesia; poco a poco, ese temor va desapareciendo a sabiendas que el régimen no pondrá mucha atención en la muerte de un cura rojo en un territorio conflictivo lleno de maquis rebeldes.


Antes de llegar al establo, un par de hombres armados se interponen en el camino del párroco. Don José los conoce muy bien a ambos, son feligreses de su parroquia. El semblante serio de esos hombres no deja lugar a dudas, el párroco adivina sus intenciones. Otro hombre se sitúa detrás de él.


- No se gire, don José.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te mire a los ojos antes de que me ejecutes? ¿O quízas tienes miedo de que te tire la lechera a la cabeza? 


El cura se gira lentamente, pero no alcanza a mirar a los ojos a su asesino. Cae abatido al suelo antes, bajo la mirada de sus tres ejecutores.


Tan sólo uno de los asesinos cumplió un par de años de prisión. Durante decenios nadie se atrevió a hablar del tema en público, seguramente ni siquiera en privado. En esos tiempos era mejor olvidar. 


Monseñor Lafita recibió en los años ochenta la petición por parte del pueblo de Loscorrales de recordar a Don José entre los mártires de aquella guerra fraticida. Él personalmente, en nombre de aquel pueblo oscense, tramitó la petición, pero esta fue denegada: el párroco no tenía derecho a estar entre los mártires elegidos. Era un cura rojo, un caso incómodo para Roma.


Lafita sonríe lacónicamente con esos recuerdos y con la visión de aquella pancarta. Seguramente Don José no llegue nunca a ser declarado mártir, y sin embargo fue un digno representante de Cristo, el que posiblemente fuera el primer comunista de la historia.


Han pasado más de treinta años desde la muerte de Franco, y mientras a una parte de España se le aconseja olvidar antiguos rencores, otra parte de España presume de mártires asesinados hace ya setenta años por un enemigo cruel y despiadado.

diumenge, 9 d’octubre del 2011

Recuerdos

Había pasado muchas veces por allí desde que mi familia se mudara, hace casi veinticinco años. Muchas veces es poco.
De vez en cuando ponía más atención y me fijaba en el balcón del tercero tercera de aquel edificio, en el piso donde había vivido los primeros cinco años de mi vida. Sin embargo, tras muchos años de relativa indiferencia, había comenzado a sentir nostalgia con la simple visión de aquel edificio.

El primer recuerdo que viene a mi cabeza: no tenía ascensor. Pero no recuerdo si subir las escaleras de tres pisos se me hacía tan pesado cuando era niño como lo sería ahora que soy un hombre adulto.
El segundo recuerdo: El incendio en casa de la Fina, mi vecina del segundo, que entre su hermana y ella casi queman la vivienda jugando con unas cocinitas. La imagen de uno de los vecinos ayudando a los bomberos tirando al fuego vasos de agua ya no sé si es veraz o tan sólo el fruto de mi imaginación.
Tercer recuerdo: La habitación donde dormía con uno de mis hermanos. Esa habitación la recuerdo sobre todo por una pesadilla que quedó grabada en mi memoria hasta el día de hoy.
Cuarto recuerdo: El comedor donde toda la familia se congregaba a comer y a ver la tele. No olvidaré las noches de los viernes viendo “El hombre y la tierra”. Incluso recuerdo haberme levantado a verlo una noche que estaba enfermo en cama con fiebre. Me apasionaba el programa de Félix Rodríguez de la Fuente.
Quinto recuerdo: El balcón, y el día que se me cayó de las manos un bocadillo de chocolate y mantequilla. Recuerdo mirar con cara de atontado entre la barandilla como el bocadillo caía delante de un hombre que rápidamente alzó la vista hacia mí. Yo, un niño, instintivamente me escondí, seguro que aquel hombre subiría a pedirme explicaciones; por supuesto, no lo hizo.
Sexto y último: mi cinta de cassette con música del Oeste. Era mi música favorita. La mañana siguiente a la pesadilla, mis hermanos me vieron tan asustado que para animarme me la pusieron. En aquellos tiempos adoraba todo lo que tenía que ver con el salvaje oeste, como Bonanza o la Casa de la Pradera. Esa cinta nunca llegó al nuevo piso, desapareció en los recovecos de mi infancia más temprana.

Esos recuerdos, y algunos más – pocos, porque un niño tan pequeño aún no guarda tantos- habían vuelto a mi cabeza, después de mucho tiempo en estado latente. Y me obsesioné con regresar a esa vivienda.
Necesitaba saber quién estaba viviendo allí; si la distribución de la casa sería la misma y yo sería capaz de reconocerla; como me vería ahora en aquel balcón cuya barandilla entonces era más alta que yo. Sentí unas ganas irresistibles de volver y entonces me decidí a entrar en el edificio y llamar al timbre de mi antigua vivienda.

diumenge, 2 d’octubre del 2011

No ho oblidis - No lo olvides

Català  Español

Durant una estona, com cada nit, la vaig envoltar entre els meus braços, fins que la son va començar a apoderar-se de la meva consciència. Llavors, necessitat d'una posició més còmoda em vaig allunyar d'ella i li vaig donar l'esquena.
En aquell moment un pensament nefast va creuar la meva ment. I si jo no despertava al matí? Quin seria l'últim record que ella guardaria de mi?
Un petit atac d'ansietat em va envair i ràpidament em vaig tornar a acostar a ella. Li vaig fer un petò al clatell i li vaig dir "Bona nit, no oblidis que t'estimo".

- Jo també t'estimo. - Va contestar ella.

Ja podia relaxar-me, esperar que la son m'arribés, amb la seguretat de que el meu amor sabria el que sento per ella en un dia tan especial, en el seu aniversari.

diumenge, 25 de setembre del 2011

Sentit Comú

Català  Español

El ciclista ha arribat a un semàfor en vermell. S'ho coneix prou bé, cada dia el creua i sap perfectament que gairebé no hi passen cotxes.

Però a l'altre costat del semàfor hi ha una mare amb el seu fill d'uns dos anys.

Aquest cicilista no és cap exemple de bona conducta, no es regeix pels semàfors si no pel seu sentit comú. Quatre anys i mig d'experiència entre cotxes, vianants i motos. Sap molt bé els perills dels passos de vianants, dels carrils bici, de creuar en verd quan els cotxes encara no s'han aturat. Aquesta experiència ha fet que agafi uns costums que poc tenen que veure amb el reglament de circulació.

Però sap que hi ha regles que no s'han de trencar, i una d'elles és no donar mai mal exemple a la canalla. Si volem que els nostres fills siguin millors que nosaltres no els podem deixar caure en els nostres errors.

El semàfor segueix vermell, un minut i cap cotxe l'ha creuat. La mare i el nen segueixen esperant, el ciclista també.

Dos minuts, o podrien ser deu. Vermell, sempre vermell. I cap cotxe ha creuat encara per aquell semàfor en tot aquest temps infinit.

VERD. Per fi el ciclista comença a pedalejar cap a l'altre costat mentre observa com la mare assenyala amb un dit cap al semàfor davant l'atenta mirada del seu fill.

- Ara ja hi podem creuar que està en verd. Compte!

Una noia amb una bicicleta del Bicing passa a tota velocitat a menys d'un metre de distància d'on són, encara aturats, la mare i el nen.

El ciclista ho veu tot i malaeix en veu alta. La del bicing li treu avantatge però ell, encoratjat per la mala llet que li omple, no triga en atrapar-la.

- Te n'adones que gairebé atropelles a un nen de dos anys? Vés amb més de compte.

Ella fa un mínim gest de girar-se, i res més. Ignora la veu de l'altre ciclista tal i com ignora la veu de la seva consciència.

Allà tú, pensa el ciclista. Tant de bó un dia et trobis amb un camió en comptes d'un nen, a veure com te'n surts d'aquesta..

El ciclista continua el seu camí com cada dia, guiant-se pel seu sentit comú. Almenys sentit comú.

diumenge, 18 de setembre del 2011

El mayor engaño de la historia

Sentía como la vida se escapaba de su cuerpo a través de las múltiples heridas que le habían infringido. El sol que tanto le había castigado durante las pasadas horas, ahora no servía para calmar el frío que le envolvía. Suponía que ese era el frío de la muerte.
Desde aquella altura pudo ver a su madre llorando a unos metros de la cruz. Tambíén identificó a algunos de sus discípulos, los más atrevidos, que se escondían entre la multitud, silenciosos, temerosos de ser descubiertos por sus vecinos.
De entre esa multitud se destacó un niño de unos diez años aproximadamente. El niño se acercaba a la cruz, sin que los soldados que la custodiaban le interceptaran el paso. Cuando llegó a un par de metros de él se detuvo. Sus ojos se clavaban en los del moribundo.


- Debes estar sufriendo mucho.
- Ya está cerca el final.
- ¿Ha valido la pena?
- Sólo el señor lo sabe. Yo tan sólo obedezco sus exigencias.
- ¿Estás seguro de ello?
- Siempre he intentado mantenerme en el camino por el que Él me guiaba.
- ¿Y cómo sabes que era Él quien te guiaba? ¿Cómo puedes estar seguro que no era otro quien susurraba en tu oido?
- ¿Quién otro podría hablarme con palabras que calman mi corazón? ¿Quién otro podría concederme la seguridad y la lucidez para anunciar su mensaje de paz y de amor con tanto éxito?
- ¿Éxito? ¿Acaso no te has visto? ¿Dónde están ahora tus seguidores? ¿Dónde han quedado tus palabras?
- Les exhorté a mantenerse cautos. Su misión es mucho más importante que sacrificarse por salvar mi vida. Ellos esparcirán por todo el mundo el mensaje de mi Padre.


Una sonrisa diabólica se dibujó en la cara angelical de aquel niño.


- Tengo malas noticias para tí. No era tu Padre quien te dictaba tus acciones. Con tu muerte condenas el mundo a una existencia más desdichada, aún si cabe, de lo que ya es. Todo comenzará con la invención por parte de tus discípulos, de la farsa de tu resurrección. Gracias a ello y a la invención de otras historias sobre tus supuestos milagros, no tardará en llegar el momento en el que tus fieles dominarán la tierra en tu nombre y en el de tu Señor. Ellos ejecutarán las mayores atrocidades posibles, dando lugar al sufrimiento y muerte de millones y millones de personas. Abusarán de su santo poder para apoyar a los criminales más terribles que la historia haya visto jamás, llegando incluso a subirlos a los altares o a bendecir sus armas de destrucción masiva. Los responsables de tu Iglesia no dudarán en mancharse las manos de sangre por su propia avaricia y la de tus fieles. Ellos mismos darán la orden de aniquilar pueblos enteros de aquellos que se nieguen a besar su mano: paganos, judíos, musulmanes, sus propios hermanos cristianos; todos ellos serán víctimas del odio y la avaricia de tus fieles. ¿Te das cuenta de lo que has conseguido con tu sacrificio?


El niño hizo un gesto con su mano; el soldado llamado Longinos se giró hacia la cruz y clavó su lanza entre las costillas del martirizado. Nadie pudo apreciar el gesto de horror que cruzó el rostro del hombre engañado justo antes de recibir la herida mortal.


Miles de historias se explicaron acerca de aquel día, pero en ninguna de ellas, excepto en esta, se habló jamás de aquel niño que había mostrado a Jesús el futuro de su obra.

dimarts, 13 de setembre del 2011

12-S

Llevaba todo el fin de semana pensando en cómo describir el once de septiembre, todo lo que ese día trae a mi memoria. Quería plasmar en un relato esa concentración de dolor, esa fusión de desgracias provocadas por el hombre para dañar a su prójimo.


No sabía como empezar. Primero pensé en escribir acerca de la Diada de Catalunya, pero es muy difícil para mí hacer épica de una bandera cuando soy incapaz de comprender la palabra patria.
Entonces pensé, me gustaría poder recordar al gran Víctor Jara, haciendo una historia sobre Manuel y Amanda, pero habría sido pecado mancillar con mis palabras la gran poesía del desgraciado cantautor.
Así que finalmente me decidí a hablar del episodio de terror que hace diez años sufrió la ciudad de Nueva York, pero de nuevo desestimé la idea al pensar que me podría ganar muchos enemigos si los lectores malinterpretaban mis palabras.
Ya no me quedaban recursos para exprimir esa fecha, el día pasó y perdí mi oportunidad de comentar todo el sufrimiento provocado de forma tan cruel y gratuita por el ser humano.


Pero esta tarde, la de un doce de septiembre de 2011, mientras esperaba en un semáforo a que el peatón se pusiera verde, he visto algo que me ha llegado al corazón:
En la acera de enfrente se encontraban parados una mujer mayor junto a un joven con síndrome de Down que he imaginado era su hijo. En un momento dado, y de forma completamente espontanea, el joven le ha dado un beso en la mejilla a su madre, y ella se lo ha devuelto con una sonrisa.


Se podrán contar muchas historias trágicas sobre el once de septiembre; yo no he sido capaz y he preferido explicar la historia de amor que he podido observar con mis ojos un 12-S.

diumenge, 4 de setembre del 2011

Sorbitos de felicidad

Suena Sultans of Swings.

El guitarrista versiona el clásico con un estilo del que el propio Mark Knopfler se sentiría orgulloso. No se trata de un hombre-orquesta, es más bien un guitarra orquesta que ejecuta la guitarra principal de sus versiones: Santana, Dire Straits, The Shadows, Eric Clapton,... clásicos de setentas y ochentas que alegran nuestros oidos mientras nuestros ojos se regocijan con la vista y nuestra garganta con la bebida.

Una preciosa luna llena refleja su amarilla luz sobre el serenísimo Mediterraneo, en el momento en que doy otro sorbo a mi mojito, dulce y refrescante. La música de guitarra le da una atmósfera aún más mágica a ese momento, y una suave brisa le da el toque final perfecto a la velada.
Ojalá pudiera regresar a este momento siempre que yo quisiera, con un simple chasquido de dedos. Pero no pienses en ello, disfruta este momento que mañana será otro día.


Luna llena, Mediterraneo, mojito y buena música...¿qué más se puede pedir? Dichoso soy mientras pueda disfrutar de estos sorbitos de felicidad.

dimecres, 24 d’agost del 2011

Un día en la playa

Una calada.
Simón aspiraba el humo a la vez que observaba a aquel nudista. Se preguntaba cómo alguien podía estar tan tarado como para mostrar sus atributos en público de una forma tan gratuita.


Expulsó las cenizas sobre la arena.
El nudista se extendió con su piel mojada sobre la toalla. Sus partes se desparramaron entre sus piernas. ¡Qué asco!, pensó Simón.


Otra calada.
Ahora les llamaban naturistas, ¿qué narices tiene que ver la naturaleza con el exhibicionismo?, se les tendría que llamar guarros. Mostrar sus cosas de forma impúdica delante de niños.


Enterró en la arena el cigarro consumido, con un enérgico movimiento de su mano derecha.

- No está bien que haga eso.

Simón se giró hacia aquella voz, era un hombre joven que le miraba fijamente mientras le hacía un gesto de negación con una de sus manos.

- Mira todas las colillas que hay.
- ¿Y eso te da derecho a tí de ser tan sucio como ellos?
- Déjame en paz.
- Menudo cerdo.
- Qué te den.

Con estas palabras Simón creyó zanjar la polémica. Se levantó y se fue al agua a remojarse con la idea de refrescar el calor corporal que le había provocado la discusión con aquel imbécil engreido. ¿Quién cojones se pensaba que era? ¿El policía de la playa?, menudo idiota.
Simón se relajó pensando en la frustración que habría creado en aquel payaso al ver que no había conseguido nada con su monserga. Volvió a su toalla y se estiró sobre ella bajo la atenta mirada del otro hombre. Antes de cerrar sus ojos echó una mirada hacia el nudista, que se había puesto el bañador para tomar el sol. Simón pensó en aquella incoherencia, “esta playa está llena de gilipollas”, sentenció.
Un par de minutos después, completamente relajado, sintió una repentina lluvia de arena sobre su cuerpo. Abrió los ojos y vio de pie al lado suyo, agitando la toalla completamente llena de arena que seguía cayendo, al hombre joven que le sonreía.

- Jódete cretino.

Y se marchó con su sonrisa en los labios mientras Simón se lo miraba sin saber qué hacer.

dimecres, 17 d’agost del 2011

Disfrutando de las vacaciones

Sentía el sol sobre su cuerpo, la arena entre sus manos, y las gotas que perlaban su piel le proporcionaban una agradable sensación de frescor. Miró a su lado, y observó como su esposo intentaba acomodarse en su toalla, al parecer sin éxito.
- ¿Qué te ocurre cariño?
- Creo que estoy nervioso.
- ¿Nervioso?, pero si no tenemos preocupaciones estamos de vacaciones.
- Ya, pero me doy cuenta que se acaban y eso me intranquiliza.
- ¿Cómo que se acaban?, ¡si te quedan tres semanas!
- Eso no es exacto. Nos quedan dos semanas, cinco días y once horas.
- Da igual, no entiendo como puedes ser tan estresado. Relájate y disfruta. ¿Vienes al agua?
- No, ahora no, si no te importa me quedo en la toalla intentando descansar.
- Tú mismo, pero seguro que el agua te ayudaría a relajarte. Si te animas yo estaré dentro, aunque te recomiendo que no te me acerques demasiado.
Él se quedó en la toalla observándola, mientras pensaba en por qué no podía ser feliz pensando en lo bien que se encontraban en esos momentos de vacaciones. Se imaginaba de vuelta a la rutina, con las vacaciones terminadas y esperando un año de nuevo, ansioso por que regresara el período estival. Para él, lo mejor de las vacaciones era el día previo a comenzarlas, cuando se concentraba toda la ilusión por el momento que estaba a punto de llegar. La gente no le entendía esa sensación de miedo a pensar que en breve volverían al trabajo rutinario, ¡qué necios!, tan sólo él era capaz de padecer la depresión postvacacional en medio de las vacaciones.
Ella ya regresaba, ya había llegado a la orilla y se escurría su larga melena, mientras una mujer entrada en años animaba alegremente desde el agua a una amiga:
- ¡Antonia, ven aquí, que el agua está calentita!

diumenge, 17 de juliol del 2011

Las lentillas

- ¿Cómo las quieres? ¿mensuales o de uso diario?
- Bueno, la verdad es que no sé. Las que sean más fáciles de llevar.
- Todas lo son, la diferencia es la frecuencia con las que las quieras utilizar. Si quieres hacer un uso diario de ellas, lo mejor es que te cojas unas mensuales.
- Pues las mensuales. El problema es que no sé si me adaptaré a ellas.
- Por eso primero te damos unas lentillas de prueba. Te avisaremos en cuanto las tengamos para que pases a probártelas.


Una semana más tarde:


- Tienes que coger mejor las pestañas y abrir más el ojo, si no jamás podrás ponerte la lentilla.
- Ya, pero no soy capaz. Siempre he tenido los ojos muy sensibles, por ejemplo, nunca he abierto los ojos debajo del agua.
- Pues vas a tener que ir rompiendo esa resistencia. Cada vez que te acercas la lente al ojo tu párpado superior reacciona a la defensiva, tienes que relajar tu ojo, incluso la cara, pues con el mismo pómulo haces resistencia. Hoy te las he puesto yo, pero te las voy a dar para que practiques en casa. ¿Te atreves a quitártelas?
- Sí, tengo que probar.
- Tienes que meter el índice y el pulgar hasta tocar con la lentilla, y presionarla para que se pliegue. Entonces haces pinza y la coges.
- ¿Presionar contra el ojo?, no voy a ser capaz.
- Es más fácil quitarse la lentilla que ponérsela.
- No puedo, me comienza a escocer el ojo.
- Bueno, pues tranquilo. Cuando te las pongas tú solo, te las intentas quitar, y si no puedes te acercas hasta la óptica y aquí te las quito yo.
- De acuerdo, gracias.


Dos días más tarde:


- ¿Así que has conseguido ponértelas?
- Sí, las dos, pero aún no sé cómo. He intentado quitármelas pero no he podido. El problema es que me he peleado tanto con los ojos que me escuecen un poco.
- Veamos, ¿probaste lo que te dije de presionar la lente hasta que notaras como se plegaba?
- Sí, pero no soy capaz de notar que se pliegue. Pero te aseguro que empujo. Mira cómo lo hago.
- ¡Mira siempre hacia ti en el espejo!, ¡no gires la mirada!
- ¿Por qué?
- Te podrías dañar la cornea, no lo hagas así, mantén los ojos mirando hacia tí agachando un poco la cabeza, así te deja mucha superficie blanca para trabajar con la lente.
- No puedo quitármelas, me escuecen mucho los ojos.
- Tranquilo, te las quito y otro día volvemos a probar.


Esa misma noche, en plena madrugada, se levantó al lavabo con una sensación de malestar en los ojos, el escozor no remitía, al contrario, lo sentía más fuerte y molesto. Al mirarse en el espejo vio que tenía las cuencas oculares muy enrojecidas. Al acercarse más, se dio cuenta que en ambos ojos había múltiples heridas apenas visibles que parecían sangrar. Lágrimas de sangre comenzaron a correr por sus mejillas. 


Se despertó, había sido una pesadilla. Pero la sensación de dolor en los ojos era tan real como en el sueño. Encendió la luz, nada cambió. Sus ojos no veían más que oscuridad.

diumenge, 10 de juliol del 2011

El gatillazo

- ¡El siguiente!
- Buenas tardes, doctor.
- Buenas tardes, usted dirá.
- Bien, no sé cómo explicárselo, y ese es el problema.
- No comprendo.
- Mire, a mí me gusta escribir relatos, y desde hace unos meses, cada vez que intento escribir algo, llega un punto en que no sé cómo continuar, mi ánimo decae y desisto de mis intenciones creativas, seguro de que mis ideas son tonterías sin ton ni son.
- Me parece que ya sé lo que le ocurre. A ver, vamos a hacer una prueba.
- ¿Aquí?
- Y ahora. Vamos a ver, seguro que en estos momentos, mientras escribe estas lineas, ha llegado a un punto que no sabe cómo seguir, ¿verdad?
- Exacto, justo ahora mismo, tengo la sensación que no sé hacia dónde voy.
- Pero sin embargo, ha comenzado a escribir con ganas y pensando que tenía una buena idea, ¿no?
- Así es, pero ahora me siento perdido, con ganas de acabar de cualquier manera.
- Usted lo que sufre es de gatillazo creativo.
- ¿Y eso es grave doctor?
- Bastante, pero tranquilo, se puede remediar.
- ¿Cómo?
- Pues con mucha paciencia y organización. Pero sobre todo paciencia. El gatillazo creativo es una mezcla entre ansiedad y depresión. Usted, cuando tenga una idea no tenga prisa por desarrollarla, lo que debe hacer es anotarla, y unos días más tarde la intenta plasmar en un papel. Si en ese momento no consigue escribir nada interesante, es que realmente no valía la pena. No se preocupe, es mejor que intente escribir una idea buena que diez malas. Pero sobre todo paciencia, porque si no...
- ¿Qué?
- Su enfermedad se volvería crónica y nunca más conseguiría volver a escribir. Pero no se preocupe, dese cuenta que al menos ha conseguido llegar al final de este relato. Es un pequeño paso para conseguir curarse.
- ¿No me receta nada?
- No, descanse bien, relájese antes de ponerse a escribir, y disfrute escribiendo, tal y como hacía antes. Sin presión.
- Muchas gracias doctor. Hasta la próxima.
- Hasta la próxima y suerte. ¡El siguiente!

dissabte, 21 de maig del 2011

¿Y el lunes qué?

Lunes 23 de mayo del 2011.


10 de la mañana


Los turistas pasean tranquilamente entre las palomas y los restos de la acampada. Pocos restos para la gran cantidad de gente que ha vivido o transitado por esa plaza en la última semana, los servicios de limpieza demostraron una buena organización.
Una pareja de turistas franceses se detienen en el centro de la plaza delante de unas láminas con mensajes que aguantan pegadas al suelo. La mujer traduce a su pareja las palabras escritas en cada uno de esos mensajes:


“Ejercer el poder corrompe, someterse al poder degrada”
“La oscuridad nos define, el anonimato nos une”
“Esto solo lo arreglamos sin ellos, no les votes”
“Los políticos y los pañales hay que cambiarlos a menudo por razones parecidas”
“Autónomos, nadie piensa en nosotros. ¡Ayudas ya!”
“Revélate, vive tu vida, que no te la elijan”
“No es crisis, es capitalismo”


Ella le pregunta a su pareja:
- ¿Y dónde están ahora todos los que estaban aquí hace unas horas?
- Se han marchado a casa. Ayer se celebraron las elecciones y ya no hay razón para permanecer aquí. Sería un esfuerzo innecesario porque hoy nadie les va a escuchar, los políticos ya tuvieron su susto y después de las elecciones ya pueden dormir tranquilos.
- ¿Quieres decir que ahora todo el mundo se ha vuelto a casa como si nada?
- Sí. Los políticos han dicho que han escuchado el mensaje del pueblo y que trabajarán por limpiar su imagen y para que la gente esté orgullosa de ellos. Lo que dicen siempre y luego olvidan rápidamente.
- Pero entonces, ¿de qué habrá servido todo esto?
- ¿De qué sirvió nuestro mayo del 68?


En el mismo momento que la pareja francesa se aleja del lugar, un pequeño vehículo de limpieza se acerca acompañado por un par de barrenderos. Van a cumplir con las órdenes que han recibido del ayuntamiento: limpiar la plaza de todo aquello que los manifestantes hayan dejado allí, borrar todo vestigio de la revolución pacífica como si nada hubiera pasado.
Los políticos creen conocer perfectamente a la gente que representan: no dudan de que poco a poco todo volverá a su lugar y la gente se olvidará de la semana en que todo un pueblo se volvió loco y soñó con cambiar las cosas. Por unos días las elecciones se salieron del guión; los millones de euros que los partidos políticos habían gastado para sus insípidas y cansinas campañas se desperdiciaron porque nadie hablaba de sus mítines, si no de las manifestaciones que dejaban al aire sus vergüenzas.
Tras unos primeros días de pánico, los políticos recuperaron la calma al darse cuenta que los manifestantes tampoco se ponían de acuerdo en las reclamaciones y en las soluciones que el pueblo les pedía. Casi todo el mundo estaba de acuerdo en algo:
- la denuncia a políticos y a banqueros y el rechazo a tener que pagar los delitos y excesos de éstos
- la exigencia de facilitar la creación de empleo y el acceso a la vivienda
- no permitir los recortes en sanidad y educación


Estos puntos les unían, pero muchos otros les dividían, y sus enemigos aprovecharon esta debilidad para atacarles a través de los medios de comunicación, completamente fieles a los poderes que les alimentan.
Después de las elecciones era difícil mantener esa intensidad, esa frescura, se corría el riesgo de corromper el espíritu del 15M, y los manifestantes decidieron volver a casa con la promesa de volver pronto.


El vehículo de limpieza está punto de arrancar la primera de las láminas, cuando de repente, uno de los barrenderos le hace parar.
- No quites eso, gira.
- Pero nos han dado la orden de limpiarlo todo, que no quede nada.
- Que se jodan, que vengan ellos a limpiarlo con sus propias corbatas.


Los mensajes se mantendrán en la plaza el tiempo suficiente hasta que de nuevo se recuperen para un nuevo desafío, quizás el definitivo.

divendres, 22 d’abril del 2011

Nuevas ilusiones

Había sido un duro día de trabajo. Ulises sólo tenía ganas de irse a la cama, aunque había alargado el momento para poder sentir que su vida era algo más que su horario de oficina. El dolor de cabeza ya había remitido y se encontraba mejor, pero muy cansado.
Era casi medianoche cuando su mujer y él tomaron el camino de la cama, arrastrando los pies por el pasillo que les llevaba hasta la habitación. Aún Ulises le pidió a su esposa cinco minutos de lectura antes de apagar la luz, siempre le gustaba leer unas lineas antes de dormirse, le ayudaban a relajar la mente.
Los cinco minutos pasaron y él cerró el libro, apagó la luz y se acomodó en la cama, al lado de su esposa.

- ¿Hoy no vas a hablar con ella? - preguntó su mujer.
- ¡Claro que sí, ahora voy!

Ulises de inmediato se metió entre las sábanas y acercó su cabeza a la barriga de su pareja. Sin parar de darle besos comenzó a susurrar:

- Holaaaaa, ¿cómo estás?, espero que bien.
Al momento se dio cuenta que su mujer, como cada noche, había metido la cabeza entre las sábanas para poder escucharle.
- Hoy ha sido un día muy duro para tu mamá y para mí. Pero me imagino que no te debes haber enterado de nada, ahí dentro. Mañana toca volver a madrugar, pero tú no te preocupes si notas que tu mami se levanta; descansa y aliméntate bien, que tienes que crecer fuerte y sana. Bueno, no te voy a rallar más, un beso muy fuerte de mamá, ¡muacks!, un beso muy fuerte de tu padre, ¡muacks!, los dos te queremos mucho. Cuídate y descansa bien. Hasta mañanaaaaa.

Ulises volvió a aparecer por entre las sábanas y abrazó a su mujer. Ambos no tardaron en dormirse.

diumenge, 3 d’abril del 2011

Dos Minutos (Por Daniel Marni)

Fueron los dos minutos más largos de la vida de Satomi, pero no fueron solo los de ella.
Satomi nació en Shiogama, una ciudad pesquera de la costa pacífica de la isla de Honshu. Era una niña alegre y muy sociable. Allí habían nacido sus padres, y también sus abuelos. Todos ellos se habían dedicado al negocio del atún aunque su padre siempre lo había detestado. Es por ello que cada día al acostar a su pequeña hija le repetía noche tras noche – Hija, persigue siempre tus sueños. No hagas lo que te digan que es lo correcto. Sé tu misma – y le daba un beso en la frente y la tapaba bien para que no cogiera frío en su acogedor futón.
El día que el abuelo de Satomi murió, su padre vendió la modesta casa que tenían y se mudaron a Sendai, la capital de la prefactura de Miyagi dónde pensaba que su hija tendría más posibilidades para elegir qué hacer con su vida, había universidad e incluso estaba bien comunicada con Tokio. Por aquel entonces Satomi tenía catorce años y a pesar de que echaba de menos a sus amigos, vivir en una ciudad grande le hacía mucha ilusión. Pero todo se torció un año después tras un accidente en la lonja de pescado en la que trabajaba su padre. Un corte a la altura del antebrazo le provocó una gran pérdida de sangre y complicaciones posteriores se lo llevaron del lado de su familia.
El carácter de Satomi cambió radicalmente; se volvió callada y reservada, no hablaba ni tan solo con su madre, no entendía cómo había podido pasar aquello y la culpaba por no haberse opuesto al traslado. Dejó de relacionarse con la gente y se encerró en su propio mundo con el propósito de seguir el consejo que su padre le daba noche tras noche. Iba a la escuela y al volver a casa se recluía en su habitación a estudiar, las ciencias le ayudaban a sobrellevar el dolor que acumulaba dentro manteniéndola distraída y concentrada ajena al sufrimiento que provocaba a su madre.
Pasaron los años y Satomi comenzó los estudios universitarios en la senmon-gakkou de Sendai. Eligió estudios de electrónica y su meta era en tres años poder marchar a la capital y dejar toda su juventud atrás. Su actitud respecto al mundo siguió siendo la misma. Tres años después había conseguido el título de Semmon-shi con excelentes notas, lo que le permitiría entrar en el mundo laboral con ciertas garantías. Durante los siguientes meses estuvo buscando trabajo pero la situación económica del país no facilitaba alcanzar su objetivo, hasta que recibió una llamada de una empresa de Tokio que impresionada por su expediente la citó para una entrevista laboral. Todo fue muy rápido y tuvo una oferta en firme para comenzar a trabajar la semana siguiente. Lo había conseguido, pero no encontró en su interior ningún resquicio de felicidad o satisfacción. Volvió a Sendai, recogió sus cosas y casi sin despedirse de su madre volvió a Tokio donde empezaría el jueves a trabajar.
La primera jornada de trabajo fue intensa, desde las 9 de la mañana estuvo casi hasta las 11 de la noche. Con el tiempo justo cogió el tren en la estación de Shinjuku en dirección al pequeño piso que había alquilado cerca de la bahía de Odaiba, en Shiodome. Sin tiempo para nada más, se fue a dormir y aquella noche sintió algo que no sentía desde la noche anterior a la muerte de su padre. Las palabras que le repetía las escuchó con gran claridad e incluso notó que la besaban en la frente. Abrió los ojos sobresaltada pero no había nadie allí. A pesar del sobresalto el cansancio físico y mental del día la llevaron a un sueño profundo en pocos minutos.
El día siguiente la jornada fue parecida, hasta que cerca de las tres de la tarde el edificio en el que estaba comenzó a balancearse. El día anterior ya había pasado, pero tras 15 segundos Satomi miró a los compañeros y comprendió que todos estaban asustados. Ella se bajó de la silla y se metió levemente bajo su escritorio agarrada fuertemente a una de las patas. Los segundos parecían ser horas y durante ese tiempo el sueño de la noche anterior le volvió a la mente y vio a su padre decirle aquellas palabras. – Hija, persigue siempre tus sueños. No hagas lo que te digan que es lo correcto. Sé tú misma –. En ese momento comprendió que dejó de seguir el consejo de su padre desde el mismísimo instante de su muerte. Dejó de ser ella misma, aquella chiquilla alegre y sociable se transformó en la persona fría y distante que era ahora. Comprendió entonces que esa forma de vivir era vacía y absurda ya que en cualquier momento se podía truncar todo como le pasó a su padre. Para hacer un mundo mejor tenemos que empezar por nosotros mismos. Cuando la gran sacudida pareció detenerse, intentó ponerse en contacto con su madre. Tras muchos intentos finalmente pudo saber que estaba bien y se dirigía al centro de rescate de la ciudad. Una sonrisa se esbozó en un rostro que hacía años que no lo hacía. Quizá tuviera una oportunidad de sembrar las semillas para hacer un mundo mejor y recuperar en parte el tiempo perdido.

diumenge, 27 de març del 2011

Mejor es posible (por Miguel Emele)

Hace años, cuando tenía más pelo, trabajaba en una tienda tipo bazar, en la que vendíamos infinidad de artículos para el hogar. Recuerdo que, a pesar de tener las estanterías bien surtidas, de vez en cuando llegaba algún camión con un par de palets de género nuevo.

Los productos grandes se conservaban en sus cajas y se exponía uno de muestra con el precio, pero los artículos más pequeños y de mayor rotación acostumbrábamos a exponerlos todos. Una vez extraídos de sus cajas y marcados con su precio de venta, llegaba el momento de acomodarlos en las estanterías junto a otros productos similares.

Los huecos disponibles se llenaban rápidamente con la nueva mercancía. Compactando los artículos que antes estaban más holgados, para que la balda no pareciera demasiado despoblada a la vista, siempre se conseguía colocar todo muy presentable. Sin embargo, a menudo, se daba el caso de tener que poner género nuevo en algún estante que aún no estaba demasiado vacío. Es entonces cuando en mi mente aparecía la palabra imposible.

—Pero... ¿cómo se les ha ocurrido comprar más vasos de estos si aún hay un montón? ¿Dónde vamos a poner estos relojes de cocina si no hay sitio para ellos? ¡Pero si aquí no cabe ni lo que ya hay!, ¿cómo voy a meter estos cuatro floreros descomunales?

Con un poco de esfuerzo, algunas situaciones se solucionaban con algo de inventiva e imaginación; pero otras, después de varios minutos colocando y recolocando, acababan produciéndome cierta frustración. Imposible, me ratificaba.

Cuando por fin pasaba la jefa y me preguntaba cómo iba todo yo le hacía notar que no había sitio suficiente para exponerlo todo. Su respuesta ya me la conocía: "ha de caber porque esto en el almacén no se vende". Y tenía razón... pero es que no había dónde colocarlo. Entonces ella se miraba toda la pared con un cierto distanciamiento y, tras unos segundos de meditación, me daba instrucciones para reorganizarlo todo desde dos o tres metros a la izquierda hasta donde yo estaba trabajando en aquel momento.

—Esta fila de vasos es idéntica a la de al lado. Por lo tanto, se pueden poner unos encima de otros. Esto pásalo a la estantería de al lado junto con aquello otro y bla, bla, bla.

Así, tras invertir una buena cantidad de tiempo, todo el género quedaba perfectamente expuesto cuando unas horas antes era prácticamente... imposible.

Aún tuve que encontrarme varias veces en situaciones parecidas hasta que un día, ante aquel pensamiento de imposibilidad, me dije a mí mismo: "siempre pienso que colocar toda la mercancía nueva es imposible y luego acaba siendo posible, así que ya es hora de empezar a pensar que es posible y concentrarme directamente en cómo conseguirlo". Así que cada vez que tenía un pensamiento como "esto es imposible" lo cambiaba por otro como "es posible, hay que encontrar la manera". ¡Y la encontraba!

Por todo esto, si alguien ahora me pregunta: "¿Es posible un mundo mejor?", yo le contestaré sin dudarlo: "Por supuesto. Sólo hay que pensar mejor."

dimecres, 23 de març del 2011

Un mundo mejor (6) Por Miguel Cuervo

- Abuelo, ¿qué es morirse?
- Hija, qué cosas tienes.
- Es que me ha dicho mamá que te vas a morir pronto.

El abuelo dejó por un instante de arrancar hierbajos de la pradera. Miró fijamente a su mano arrugada y morena, como buscando un punto fijo en el que apoyar el súbito mareo que amenazaba con derrumbarlo sobre el verde agostado.

- Pero tú no te vas a ir de aquí, ¿verdad, abuelo?
- No, hija, no, qué cosas tienes.

Se incorporó lentamente y observó con visión borrosa los dos ojos negros que se clavaban inquisitivamente en los suyos.

- Entonces, ¿por qué dice mamá que te vas a ir? Yo no quiero que te vayas, abuelito.
- Y no me voy a ir, ¿dónde voy a ir yo que más me den?
- ¿De verdad?
- De verdad, hija, así me muera ahora mismo.

La nebulosa de la vista se había difuminado casi por completo y el abuelo rió su propia gracia estentóreamente. La niña retrocedió entre sorprendida y asustada por el arranque del viejo, que tiró el manojo de malas hierbas al suelo y avanzó hacia la niña para estrecharla contra su barriga. Se mantuvieron un rato así, hasta que el viejo dejó de reírse.

- Abuelito, ¿por qué te quieres morir?

El abuelo mantenía acariciaba la cabeza de la niña pero no contestó. Apretó a la niña un poco más contra su cuerpo, pero ella se escabulló con un brusco movimiento y saltó hacia atrás riendo alegre.

- ¡Me escapé, me escapé!

Y echó a correr por la pradera, pero el abuelo siguió estático y se cubrió con una mano la cara para esconderle las lágrimas a la niña. Y pensó en la muerte cercana, en el tiempo pasado, en los amores lejanos y en los amigos perdidos, y se lamentó amargamente por haber sido como fue y por no tener tiempo de reparar nada de lo que ya estaba hecho. Se limpió las lágrimas y llamó a su nieta, y deseó para ella una vida distinta.

Miguel Angel Cuervo

dilluns, 21 de març del 2011

¿Un mundo mejor? (5) (Té la mà...)

Amb Vicent Ferrer l'Església catòlica va fer un bon treball. Sembraren en ell la pietat, l'esperit de lliurament als desemparats de la Terra i, sobretot, l’omple de coherència. Per això no és estrany que el món plori la desaparició d'aquest barceloní. Ja sabem que quan algú ens deixa tot són bones paraules. Després es lliura un premi a títol pòstum i donen un parell d'abraçades a la família.

Ara la gent li diu sant. Parlar de la santedat de Ferrer és un insult als seus èxits i a ell li produiria espant, perquè va conrear la senzillesa. La jerarquia catòlica no ha tirat la casa per la finestra ni s'ha desfet en elogis cap a l'ex jesuïta que va penjar l'uniforme per col·locar en primera línia d'aquesta trinxera pertinaç que és la misèria humana. Normal: mai va ser un dels seus, perquè militar com un soldat de les ensenyances divines jugant-se la pell només entra als plans dels privilegiats.

Grinyola comprovar com bisbes, cardenals i la resta de gent del cor apliquen la seva forma d'entendre la fe cristiana. A Espanya Vicent Ferrer s'hagués sentit avergonyit al topar-se amb Martínez Camino o el cardenal Rouco Varela submergits a la política del dia sí i dia també, interferint en els assumptes privats. El cooperant espanyol i la Conferència Episcopal es poden resumir en dues sentències senzilles a l'hora d'entendre la intervenció en la vida dels altres: si em necessites, aquí estic; si et faig nosa, aguantat perquè no deixaré de donar la barrila. Respectivament, és clar.

Ara que Ferrer ja no hi és, la seva figura es fa mes gran, empetitida dels fastos i les “parafernàlies” vàcues que mostren els dirigents de la que fou la seva Església.

Milions de persones no l’oblidaran i, a l'empara de la seva desaparició física, el seu esperit s'expandirà pel planeta, fent que la Fundació que porta el seu nom continuï creixent i ajudant a qui la injustícia ha convertit en víctimes. La seva esposa Anna agafarà el pesat testimoni, i darrere d'ella caminaran altres, demostrant que la voluntat mou muntanyes i que la mitra només és capaç de moure la llengua als despatxos.

divendres, 18 de març del 2011

Un mundo mejor (4) (Por LiNo)

Vivo en Navarrete. Camino de Santiago.
Rodeada de viñedos y huertas que me regalan una amplia gama de colores y aromas.
Ideal para una persona como yo, amante de la meditación; de caminar escuchando como mi respiración inyecta vida al resto del cuerpo.
Acabo de ver una película infantil, antes de salir al camino de la mora, y no para de sonar en mi cabeza la melodía..."...un mundo ideal...".
Alejado el término ideal de mejor, me da pie a pensar en el propósito, tantas veces acariciado de "un mundo mejor".
Lo primero que me viene a la cabeza, mientras paro y siento el viento que me acaricia el cuerpo es: "mejor... para quien?". Quizá no sea un pensamiento mío. Quizá me lo ha preguntado la cigüeña que sobrevuela los campos, la tierra. Bailando con el aire, meciéndose en su trayecto por encima de animales terrestres. Por encima de mí.
Sigo caminando, disfrutando el momento como cuando niña. El presente. El ahora.

Entonces me aborda otra cuestión. Por qué nos enseñaron aquello de "... y vivieron felices para siempre". La vida de los adultos nunca es completamente feliz. No hay una "puerta" que traspasar y pronunciar la bendita frase. Las metas, los retos, los contratiempos, las superaciones y los altibajos son parte de nuestra vida. Del día a día. Tan natural como nosotros mismos.
Sin embargo en la sociedad en la que vivo nos hacemos mayores de espaldas a todo aquello que es tan real que el no verlo lo engrandece.
No miramos a los ojos a los contratiempos. La tristeza. La soledad. La muerte (lo único que tenemos seguro). No somos capaces de mirarnos a los ojos a nosotros mismos. Si quiera entonces, somos honestos: Cómo es posible que nos pasemos la vida necesitando de los demás sin sentir (conscientemente) nuestra propia compañía?.
He aprendido a medirme. A escucharme. A quererme. A perdonarme. A superarme... y sin embargo me queda tanto por hacer...
Sólo puedo mejorar mi mundo. El interior. El que me ha tocado vivir. El que vivo. Mi día a día. "Piensa globlamente, actúa localmente".
Como esos espectáculos de fichas de dominó, alineadas, donde lo que le ocurre a una es básico para la estabilidad del resto... y si caen? tenemos otro dibujo. Otro panorama. Peor? Mejor?. Otro. Donde poner de manifiesto la resiliencia del ser humano. Pero aprendiendo. De verdad. Para avanzar.
Me pasma ver lo grandes que podemos ser a nivel individual y lo mediocres como conjunto. Sin embargo, cuando la vida nos recuerda lo ínfimos que somos, entonces reaccionamos como sociedad. Por qué necesitamos estar al límite de todo para interiorizar la información y así dejar salir todo aquello que potencialmente llevamos dentro?.
Debo ser realista. Soy cómplice de mi mundo. Porque vivo en él. Por mi silencio, por mi desconocimiento, por mi falta de tiempo... y a la vez (imposible pero cierto) me siento víctima del silencio, del desconocimiento, de la falta de tiempo de los demás.
Asumo que no existe un "ellos y nosotros", "el resto y yo", "la gente y MI PERSONA".
Como animal social convivo en sociedad. Luego formo parte activa de ella. Para mi bien y para mi mal. Para el bien y el mal de los demás. En la pirámide del poder, estoy en algún escalón. Con otros.

Cómplice del pasado y cómplice del futuro. De mis abuelos y de mis hijos.

En estas frases generalizadas he conseguido el aplauso de muchas personas que tuvieron a bien compartir parte de su tiempo en escucharme cuando profesionalmente trataba la Economía Social y el Desarrollo Sostenible.
Tanto a nivel personal como en un plano teórico tengo claro que es cuando aterrizamos los planteamientos, cuando aparecen las discrepancias. Cuando, igual obedeciendo al instinto de superviviencia y por tanto al egoísmo, tiramos cada uno de un lado de la manta.
Por eso tenemos todos la razón. Por eso no la tiene nadie. No hemos aprendido a escuchar. No hemos aprendido a expresarnos correctamente. No hemos aprendido a saber quien somos. Qué sentimos: Por qué nos comportamos de determinada manera?. Qué es realmente la Comprensión, la Aceptación?.

Huir hacia delante requiere mucha energía. Y al fin y al cabo eso creo que somos. Cuando la empleamos en una cosa, no la empleamos en otra. Energía.
Pero a día de hoy, desbocada...

 (Por LiNo )

dimarts, 15 de març del 2011

Sueños de un mundo mejor (3) (Escrito por Wambas)

¿Qué quieres que te regale para tu cumpleaños? - ella me preguntó
Y yo no supe qué contestar. Tengo todo lo que necesito, pensé, y en un acto reflejo mi boca respondió por mí.
Un mundo mejor – dijo
Ojalá te pudiera regalar eso – argumentó ella, esbozando una sonrisa lacónica.
Esa noche me costó mucho dormirme, pensando lo agradable que sería la vida si el mundo fuera mejor.
Pero durante la madrugada algo cambió pues, al levantarme, las cosas habían cambiado.
El cambio se hizo evidente al poner las noticias en la televisión. El periodista habitual no hablaba de las noticias trágicas de siempre, todo lo contrario; el hombre daba consejos a la audiencia de cómo aprovechar mejor ese día:
- Saca media hora de tu tiempo para hacer un poco de deporte, hoy hace un día fantástico para correr un poco.
- Hoy en los mercados podrás encontrar verduras y pescados a mejor precio. Sin embargo la carne ha subido. Por lo tanto aprovecha para hacerte una buena ensalada acompañada de un buen pescado a la plancha de segundo. No olvides comprar fruta, las fresas esta semana están deliciosas y a buen precio.
- No olvides que esta noche es la fiesta de San Agapito, te aconsejamos que busques en nuestra web las localidades donde se celebra y te animes a disfrutarla.
Esta forma de enfocar las noticias me pareció muy sorprendente, ¿dónde habían dejado las noticias pesimistas y tristes del día a día? ¿qué había sido de la guerra civil de aquel pais africano? ¿y del brote de racismo que había llevado a enfretamientos en aquel barrio de París? Para bien o para mal, el noticiario las había ignorado.
Salí a la calle y allí me llevé la segunda sorpresa, y alguna más. Para empezar, nada más salir a la calle, comenzaron a saludarme todos los vecinos del barrio con los que me iba encontrando. Gente que conocía de vista pero que nunca cruzaba una palabra conmigo, me daba los buenos días como si fuéramos verdaderos conocidos. La verdad es que realmente nos conocíamos, de vista. Para mí fue una agradable sorpresa ese comportamiento. Siempre he pensado que darse los buenos días es una buena forma de comenzar el día, es un deseo de optimismo que puede ayudar a cargar las pilas de energía positiva.
Continué circulando sin poder dejar de observar detalles nuevos para mí. En plena calle, una mujer de rasgos asiáticos de un todo a cien observaba alegremente como su niño, de unos tres años, jugaba en los brazos de la dueña de la peluquería de al lado. Me quedé tan emocionado con esa imagen de convivencia que un poco más y atropello con mi bicicleta a un peatón que estaba cruzando ese momento el carril bici, también despistado.
- Perdona, no te había visto.
- Tranquilo, también es culpa mía.
Ambos mostramos una sonrisa de disculpa y seguimos nuestro camino. Un ejemplo de respeto entre personas; todos nos equivocamos y saber reconocer los errores no ha de ser un esfuerzo para nosotros.
Pero aquí no acababa todo. Al llegar a cualquier semáforo, todo el mundo los respetaba, ninguna moto se adelantaba, ningún peatón o bicicleta se lo saltaba, y finalmente, ningún coche aceleraba para saltárselo en el último momento. El tráfico era respetado y circulaba en armonía, de forma ordenada. Otra vez reflexioné, esta vez sobre la cantidad de vidas rotas que se podrían evitar si la gente fuese consciente en todo momento de la responsabilidad que conlleva conducir un vehículo.
Y al llegar al aparcamiento de bicicletas, me di cuenta que ninguna de las bicicletas vecinas tenía puesto candado alguno. Era sorprendente, yo no sabía que hacer....
Esa disyuntiva entre si poner candado o no a la bicicleta me despertó. Todo era un sueño, un agradable sueño que al desvanecerse te deja una sensación agridulce de vuelta a la realidad. Sería tan fácil comenzar a hacer un mundo mejor, sin necesidad de grandes medidas; sólo depende de nosotros, de entender qué somos, aceptarnos y a partir de ahí comportarnos con la humildad que debería tener todo aquel que sabe que no es eterno y que debe esforzarse por construir un mundo mejor para todos, no sólo para uno mismo.

(Wambas)

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