diumenge, 30 de maig del 2010

Y las sensaciones de ....

Por Dani Morn

Salgo de casa, verifico que llevo las llaves, las luces y el calentador del agua apagados, abro la puerta, cierro con llave y bajo las escaleras.
Abro el portal. Otro día más, hoy toca soleado; siempre se agradece el sol de primera hora de la mañana como si de una bendición se tratara. Camino por la calle hacia mi destino, sea el que sea y de repente noto ese olor tan característico a hierba mojada, tierra humeda que mezclado con la caricia solar templada me recuerda que estoy vivo y que cada día puede despertar nuevas sensaciones, pequeñas puertas al pasado o quien sabe si hacia el futuro. Estoy vivo.

divendres, 28 de maig del 2010

Sensaciones

Aprieto el play de mi reproductor mp3. Por los auriculares comienzo a escuchar los acordes de una canción. Es una melodía tranquila, suave, en sintonía con mi actual estado de ánimo.
Me tumbo por completo sobre la toalla y cierro los ojos. Analizo mis sensaciones:
El sol comienza a calentar mi cuerpo mojado; la brisa deja de ser una molestia para convertirse en el equilibrio perfecto al calor solar; sobre el sonido de la música soy capaz de sentir el murmullo rítmico e hipnótico de las olas que rompen contra la orilla; cierro mi mano sobre un puñado de arena y siento como los granos se escapan entre mis dedos.
Conclusión: estoy vivo y soy consciente de ello.
Se suele decir que no valoramos las cosas hasta que las perdemos, pero en este caso no nos será posible apreciar la vida cuando la hayamos perdido. Es importante valorarla ahora que la tenemos, antes de que sea tarde. Así que aprovechemos cualquier situación, por simple que sea, para vivir.

diumenge, 16 de maig del 2010

Cansado y hundido

Año 2045, en algún lugar de la península ibérica

Iván miró fijamente la pantalla, comprobó que la aplicación seguía presentando datos incorrectos. Durante horas había estado intentando averiguar dónde estaba el origen del problema, pero cada vez que creía dar con la solución sus argumentos se venían abajo en la siguiente comprobación.
Sus ojos estaban cansados, decenas de venillas rojas cubrían sus iris, sólo pensaba en descansar un poco. Sin apenas darse cuenta, cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó sobre ellos su cabeza. Su cuerpo se relajó y no tardó en dormirse.
Los compañeros de trabajo pasaban por su lado, ninguno parecía advertir el descanso de Iván en plena jornada laboral. La mayoría de ellos también llevaban muchas horas delante de sus respectivas pantallas y eran incapaces de ver cualquier otra cosa que no fuesen líneas de código y documentos de análisis.
Un par de horas más tarde, la gente comenzó a abandonar la oficina, hasta que sólo quedó Iván. Nadie se molestó en despertarle, pues nadie se había fijado en él.
Una nueva mañana llegó y, los puestos de trabajo fueron invadidos por los encargados de la limpieza antes de que los trabajadores comenzaran a ocuparlos. Uno de esos empleados se acercó a Iván, que aún permanecía acurrucado sobre su escritorio.
- ¡Oiga, despierte! Tengo que limpiar su escritorio.
Iván no reaccionó. El empleado de la limpieza le zarandeó ligeramente, y, como veía que no reaccionaba, le volvió a zarandear, esta vez más enérgicamente. Iván seguía sin reaccionar….

- ¿Te has enterado de la última?
- ¿Qué?
- Iván, el viejo, ha muerto en su sitio de trabajo.
- No me extraña, se le veía muy desmejorado. Estaba pidiendo a gritos una jubilación.
- Ya, estaba a punto de cumplir los setenta y cinco. Es una lástima, este mismo año se hubiese jubilado.
- Recuerdo que nos explicaba cuando la gente se jubilaba a los sesenta y cinco años, siempre se quedaba muy triste pensando en los años que podía haber estado disfrutando de su pensión de haber vivido aquella época.
- Sí, ahora la mayoría de abuelos se mueren en sus puestos de trabajo. Pero, a cambio, los que llegan a los setenta y cinco al menos pueden disfrutar de una pensión digna.
- ¡Buf!, imagínate lo que pasaría de no ser así, estaríamos rodeados de ancianos hundidos en la pobreza.
- Sí, ¡menos mal!

dilluns, 10 de maig del 2010

A la cera

- ¿Míriam Tizano?
- Soy yo.
- Tiene depilación integral, ¿verdad?
- eh..sí.
- Pues acompáñeme por favor.

Desconcertada, seguí al chico de la bata desde el vestíbulo del local hasta una habitación donde había una camilla situada en su parte central.

- Ya puede desnudarse completamente. Si quiere puede taparse con esta toalla. Hasta ahora.

Y cerró la puerta al salir.
¿Aquel chico había dicho “hasta ahora”? ¿Eso significaba que iba a volver “ahora” para depilarme él? ¿o lo había dicho como se dice “adiós”? ¿qué querría decir exactamente? Un sudor frío comenzó a extenderse por mi cuerpo. Mientras me desnudaba no dejaba de darle vueltas al asunto: ¿serían capaces de dejar que un hombre me depilase todo el cuerpo? ¿serían capaces de permitir que aquel joven me pusiera la cera y luego me la quitase?
Necesitaba dejar de sudar, de lo contrario la cera no se engancharía a mi piel, pero con aquellos nervios me era completamente imposible evitarlo. La imaginación comenzaba a formar en mi mente escenas en las que aquel joven, por cierto, muy apuesto y varonil, comenzaba a arrancarme la cera suavemente pero con firmeza. En un momento determinado, sus manos estarían sobre mi zona erógena y yo no podía imaginar cómo reaccionaría mi cuerpo ante su contacto. ¿Me dolería?, ¿sudaría todavía más y él notaría mi nerviosismo?...¿o quizás me excitaría al sentir sus manos arrancando suavemente la cera de mis partes más íntimas?
La imaginación se fue apoderando de mi conciencia mientras yacía con una minúscula toalla encima de mis nalgas, tendida boca abajo en aquella camilla, con los ojos cerrados, esperando que se abriera la puerta y entrara aquel extraño….la puerta se abrió, abrí los ojos, …

- ¿Señora Tizano?
- ¿sí?
- Depilación integral, ¿verdad?
- eh..sí.
- ¿Le parece bien que empecemos por las axilas?

La chica de la bata se quedó esperando pacientemente mi respuesta, mientras yo intentaba recuperarme de la desilusión que me había supuesto su aparición.

- Sí, por supuesto, como tu consideres mejor.

diumenge, 2 de maig del 2010

El pequeño tirano

Como cada año, Montblanc, la capital de la Conca de Barberà, se viste de gala para celebrar su fiesta medieval, en honor a Sant Jordi.
Durante dos fines de semana seguidos, este pintoresco pueblo es invadido por hordas de forasteros ávidos de disfrutar del mercado medieval, la gastronomía local, los espectáculos y los juegos infantiles.
Acabamos de digerir unas humildes viandas en un rincón apartado de la multitud y decidimos regresar junto al gentío de forma tranquila. La gente se agolpa junto a las improvisadas carpas con el objetivo de degustar los deliciosos manjares cuyos aromas impregnan los cuatro vientos. Los cochinillos dan vueltas sobre el fuego, alimentando las glándulas salivares de los hambrientos clientes, que esperan en la cola mientras observan girar y girar a los desafortunados lechoncillos. Incluso nosotros, que acabamos de comer, estamos tentados de unirnos a las interminables colas atraídos por tal visión.
Intentamos evitar la tentación dándole la espalda. Justo delante nuestro se levanta la muralla medieval del pueblo. En su base han atado unos cuantos caballos que pastan tranquilamente, ajenos al bullicio generado detrás de ellos. Como no tenemos nada mejor que hacer, decidimos apoyarnos en una barandilla y mirar los caballos un rato.
No tarda en aparecer por mi izquierda un mozalbete de unos seis años, conduciendo con su mano izquierda un coche de miniatura por encima de la barandilla, soltando onomatopeyas a diestro y siniestro. Detrás suyo camina su madre, con otro coche en su mano, imitando las onomatopeyas emitidas por su hijo. Sin apenas darme cuenta, ya tengo al niño a mi lado, empujándome, como si yo fuera cualquier otro obstáculo en su camino. No es difícil para mí adivinar que nada, absolutamente nada en este mundo, va a impedir que ese niño me quite a empujones de su camino; su coche no puede dejar la barandilla en la que yo me apoyo bajo ningún concepto. El niño “tocanarices” consigue su objetivo fácilmente; lo sé, soy un blando. Ahora tiene que superar a Lidia. Seguramente, si el niño supiera decir las palabras mágicas “Por favor”, ella se echaría a un lado y le permitiría pasar sin poner trabas, pero no las ha dicho; y no hay nada que más reviente a esta mujer que un niño maleducado y dictador.
La lucha es titánica. Incluso la madre del chaval despierta de su letargo y exhorta a su vástago con un tímido : “Pasa por detrás, cariño.”. El niño ha debido apreciar en esas palabras la debilidad de su madre y arremete con más fuerza, si cabe, contra ese obstáculo testarudo que no le permite hacer lo que él quiere. Al final, el obstáculo cede ante la terquedad dictatorial, y el vencedor sigue su camino por la barandilla como si nada; para él la victoria es lo más normal del mundo, está acostumbrado a vencer siempre.
Una vez que el pequeño Atila ha pasado por encima nuestro, nos dejamos caer de nuevo sobre la barandilla, mientras discutimos alegremente sobre como algunos hijos deberían castigar a sus estúpidos padres cuando estos se hagan viejos.
Aún estamos comentando la jugada cuando vemos acercarse de nuevo, ahora por el otro lado, al pequeño caprichosillo de los cojones. Esta vez, Lidia se planta desafiante, su semblante rojo de la ira – se podría confundir con un semáforo prohibiendo el paso – y las manos aferradas a la barandilla. Lo que nosotros vemos venir de lejos, la madre no es capaz de prevenirlo, quién sabe si por desidia o quizás porque a la pobre no le llega bien el riego. En fin, que nos encontramos en una auténtica lucha de pesos pesados, una mujer de armas tomar contra un niño que en sus pocos años de vida jamás ha oído la palabra NO, ni está dispuesto a oírla. Lidia cierra por completo el paso, el niño comienza a empujarla con cabeza, brazos y piernas, esta vez sin ningún éxito. La madre tarda diez segundos más en reaccionar y llamar al orden a su hijo:
- Pasa por detrás, cariño, por favor.
El niño no está acostumbrado a tanta resistencia, no comprende como alguien no le permite hacer lo que le sale de sus pequeños testículos y acaba perdiendo los papeles.
El monstruo comienza a patalear de impotencia, hasta llegar al punto de lanzar el coche de miniatura por encima de la barandilla, directo a los matorrales que descienden hasta el pie de la muralla cerca de donde pastan los caballos.
- ¿Y ahora qué haremos? - pregunta la madre al rey de su casa.
- Me das el tuyo. – contesta a su vez el rey, mientras arranca el coche de las manos de su madre.
Ambos marchan por donde han llegado, y nosotros nos quedamos observándolos. Un minuto más tarde nos cansamos de la barandilla de la discordia y nos marchamos, cruzándonos con la madre de aquella simpática criatura, que se dirige hacia los matorrales a recuperar el coche que su hijo ha lanzado. Mientras pasa por nuestro lado podemos observar como nos dirige una mirada con cierta hostilidad. Creo que nos echa la culpa del comportamiento de su hijo. Pobre mujer.

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