diumenge, 25 d’abril del 2010

Los niños del mar

Este camino está bastante mejor ahora que la primera vez que lo atravesamos. O quizás es porque Dio conduce mejor, todo es posible. Marc está enfrascado en sus pensamientos, todo ancho en los asientos traseros del todoterreno. Yo voy delante, junto a Dio, nerviosa por averiguar lo que nos encontraremos al llegar a nuestro destino.


Hace unos diez años los tres estábamos en Pomene, al sur de Mozambique, disfrutando de unos días de relax antes de continuar nuestro viaje por el país. El día que los conocimos nos dirigíamos tranquilamente hacia el hotel de cinco estrellas que había quedado abandonado durante la terrible guerra civil de los setenta. A medio camino nos habíamos parado a hacer un baño en las cristalinas aguas del océano Índico. Estábamos en una playa paradisíaca de arenas blancas y aguas turquesas, cocoteros y ningún turista, excepto nosotros.
Jugábamos en el agua cuando Dio se fijó en un par de niños que nos observaban sentados en la arena. Por mucho que nuestro amigo mozambiqueño intentó convencerlos para que se nos unieran en el agua ellos no quisieron, les daba miedo el mar. Gracias a Dio, que hablaba un dialecto muy parecido, nos pudimos comunicar con ellos. Jefferson y Joseph, esos eran sus nombres, eran de un pueblo a tres horas caminando de allí. Tenían 12 y 10 años respectivamente. Sus padres eran pescadores, como casi todos en su aldea, por lo que no entendimos que le tuvieran tanto miedo al agua. Pronto perdieron el interés en nuestras preguntas y lo focalizaron en mi cámara fotográfica. Me pidieron que les hiciera fotos, y yo acepté de buen grado.
Comenzaron a hacer piruetas en la arena; con cada foto que yo les hacía, ellos venían corriendo para ver su imagen en el display de la cámara. Cuando se cansaron de hacer piruetas, Marc y yo nos pusimos a dibujar nuestros nombres en la arena y les animamos a jugar con nosotros, pero vimos como se quedaban callados y rechazaban el juego; no sabían escribir y creo que les daba vergüenza admitirlo, nos dimos cuenta que habíamos metido la pata hasta el fondo y nos sentimos bastante mal por ello. De todos modos, no tardaron en recuperar la sonrisa, sobre todo cuando les pedimos si sabían donde podíamos comprar comida. Nos condujeron hasta una chica que recogía cocos y los abría con un machete; los cocos eran buenísimos y refrescantes, todos disfrutamos comiéndolos. Por la tarde, los niños nos acompañaron hasta el hotel abandonado, al que llegamos entre juego y juego. Jefferson me cogía la mano todo el tiempo, era un niño muy agradable, mientras que Joseph era algo más reservado, pero a ambos les cogí mucho cariño en el poco tiempo que estuvimos juntos . Cuando empezaba a oscurecer llegó el duro momento de despedirnos de ellos. Los niños no pudieron disimular su tristeza y yo tampoco pude evitar las lágrimas. Tenía la amarga sensación, seguramente egocéntrica, que, en el momento que nosotros nos fuéramos, esos niños iban a volver a una existencia triste y desamparada. Hubiera deseado poder llevármelos conmigo y tratar de darles un futuro que yo creía mejor para ellos, pero quién era yo para juzgar qué era lo mejor para esos chicos .
- No llores, Mireia. Durante el viaje tendrás que sufrir esta situación unas cuantas veces, así que mejor que empieces a hacer fuerte el corazón. No puedes salvar a todo aquel que tú creas frágil.
Las palabras de Dio no me ayudaron nada. Me costaba pensar que ese era el mundo en el que Jefferson y Joseph vivían, y que a su manera eran felices. Marc y Dio intentaron alegrar un poco a los chicos regalándoles sendas gorras promocionales que llevaban y estos se fueron un poco menos tristes. Dijeron unas palabras a Dio y éste les contestó.
- ¿Qué te han preguntado? - Le inquirió Marc.
- Querían saber a qué hora salíamos mañana, quieren volver a despedirse. Les he dicho que a las ocho, lo bastante pronto como para quitarles las ganas de venir y evitarnos todos el mal trago.
Al día siguiente nos levantamos más tarde de lo esperado y, a las nueve de la mañana, cuando salíamos con nuestra ranchera del recinto del hotel, nos encontramos a los dos niños que nos esperaban sentados a un lado del camino. Jefferson y Joseph se habían levantado a las cinco de la mañana para caminar tres horas y poder llegar a Pomene a las ocho, por lo que los pobres niños llevaban una hora esperándonos allí sentados. Pero aún mayor fue la sorpresa de ver que en sus manos llevaban dinero y naranjas que les habían dado sus padres para que nos pagasen las gorras que les habíamos regalado el día anterior. Tanto Marc como yo nos quedamos de una pieza, otra vez las lágrimas acudieron a mi rostro, esta vez por la admiración que sentía por ellos y por esa gente, tan humilde y honesta. Pude comprobar que, esta vez, Marc también se dejaba llevar por la emoción. Rechazamos el dinero pero sí les aceptamos las naranjas. Decidimos subirlos al coche con nosotros y llevarlos a su poblado. Se pasaron todo el camino riendo con nosotros, estaban muy cariñosos. Al llegar a su aldea les hicimos nuevos regalos: una camiseta para Jefferson, y unos pantalones a Joseph, pues los que llevaba estaban muy viejos. Otra vez pasamos por el mal momento de una nueva despedida, lo que Dio quería evitar el día anterior. Inconscientemente y dejándonos llevar por la emoción, les prometimos volver algún día....


Acabamos de llegar al poblado. Creo que ha sido una locura, es imposible que nosotros los conozcamos, y menos que ellos se acuerden de nosotros. Damos una vuelta por el poblado y no los vemos. Dio acaba de ver una cabaña que le suena mucho, se acerca y pregunta si hay alguien dentro. Por la cortina que hace de puerta improvisada aparece una mujer de unos cuarenta años. Dio y ella dialogan un rato y al final él nos traduce su conversación:
- Joseph y Jefferson están trabajando, son pescadores. Hasta esta noche no volverán. Si queréis podemos esperar ...
- No, gracias, se nos haría demasiado tarde - contesto yo demasiado rápido, quizás llevada por el miedo de romper un viejo recuerdo- pídele si, por favor, ella les puede entregar estos regalos.
La mujer acepta los obsequios. Dio sigue traduciéndole:
- Dice que ambos chicos están bien de salud, fuertes y grandes. También dice que se acuerda de nosotros, que somos los chicos que les regalamos unas gorras y ropa a sus hijos. Nos está muy agradecida.
Mireia sonríe y agradece con un gesto las palabras de aquella humilde mujer.

Nos despedimos y volvemos a Pomene. Al día siguiente tenemos que volver a Maputo. Un sentimiento de decepción se mezcla con el de alivio, al ver que los chicos se encuentran bien.

Ya es de noche en Pomene, estamos al aire libre, al lado de nuestra cabaña, hablando los tres alrededor de una mesa a la luz de la luna cuando, de repente, escuchamos como alguien se acerca. Dos chicos negros se dirigen caminando tranquilamente hacia nosotros, llevan dos camisetas iguales, con una foto estampada de unos niños con nosotros tres; vemos que Jefferson y Joseph han estrenado nuestros regalos. Los cinco nos fundimos en un abrazo. Nos explican que la vida les va bien, trabajan para uno de los hombres más importantes de la zona, con el que cada día salen a pescar y casi siempre vuelven con las redes llenas. Están ahorrando para comprar una barca y así trabajar por su cuenta. Por cierto, nos aseguran que nuestro primer encuentro los animó a aprender a leer y a escribir en la escuela de su pueblo. Este aprendizaje es complicado en Mozambique pues los libros son muy caros, todos vienen de Portugal, y el precio se dispara en comparación al que tienen en el país de origen. Normalmente hay un libro por cada dos escolares, y al final de curso, este libro se guardará para los nuevos alumnos. Recuerdo que en nuestro primer viaje nos encontramos con un profesor, el único en su poblado, que no cobraba su sueldo desde hacía meses. Su escuela estaba tan saturada que se había visto obligado a limitar la estancia de los niños en ésta a un máximo de dos años. La situación en diez años no ha mejorado mucho. Jefferson y Joseph han tenido que poner mucho esfuerzo por su parte para poder aprender.
Dio les ofrece colaborar con él en aquella región de Mozambique para la ONG ADANE, necesitan gente que pueda gestionar la ayuda para las escuelas en esa zona del país. Los chicos aceptan encantados y Dio les promete contactar con ellos pronto para organizar esta gestión.
Esta vez no es necesario que los llevemos a su pueblo pues les ha traído en una ranchera su jefe, dicen que es buena persona y les ayuda mucho. Les está esperando por lo que no se pueden quedar más tiempo con nosotros. Por fin podemos disfrutar de una despedida alegre, a pesar de que alguna lágrima se me escapa, pero estamos contentos al ver que nuestros niños ... bien, nuestros amigos, son hombres hechos a los que la vida les sonríe.

dijous, 22 d’abril del 2010

Odissea d’un ciclista per Barcelona.

Català  Español
(Versió actualitzada del primer relat de Retalls de Lectura, fa avui dos anys: Ulisses es fa ciclista)

Les 6 en punt, cap a casa falta gent!!!  Agafo la meva bici i m’endinso en el caos circulatori del districte 22@. Camions en mig d’un carril bici que, de sobte, desapareix obligant-me a ficar-me al mig del tràfic. Absorbeixo pols per la gola, el nas i els ulls, tota la brutícia de les innumerables obres que s’estan fent en aquella zona; sembla que no ha canviat res als últims dos anys, fins i tot consideraria que la situació és pitjor. Segueixo pedalejant amb ganes...amb ganes d’arribar a la Diagonal i deixar enrere tota aquella merda d’obres. Per fi arribo a la Diagonal, ja puc respirar una miqueta sense por a enverinar-me...bé, és una forma de parlar en una ciutat tan contaminada com és Barcelona.
Quatre pedalades i ja hi sóc al nus de les Glòries. Aquí és qüestió de saltar-se semàfors en vermell, sempre molt atent als cotxes que puguin vindre. És important guanyar temps per a arribar a la Meridiana amb el semàfor verd...
Però, perquè tanta pressa? Què collons passa si m’ho prenc amb calma?
No, la calma no és una opció pel ciclista urbà. Ens encomanem del tràfic estressant, d’aquesta ansietat que envolta els carrers de la gran ciutat. Encara que no tinguem pressa mai podem anar-hi amb calma, necessitem arribar al següent semàfor en verd, malgrat que per fer-ho hàgim de saltar-nos abans tres més en vermell. Algun dia espero adonar-me que no cal arribar al semàfor en verd, que no passa res per esperar un minut.
Evitant àgilment cotxes i vianants arribo a la Meridiana. Una senyora, que em sona d’alguna altra ocasió, es troba al mig del meu camí. Li passo tocant el colze esquerra, fent equilibris per no sortir-me del carril bici i no colpejar-la. Ja ni em preocupo d’excusar-me, perquè ho haig de fer si la culpa és d’ella?. Continuo fins a la cantonada de Mallorca amb Meridiana, aquí espero que el semàfor es posi en verd per a aprofitar i creuar ràpidament davant dels cotxes que baixen. Cal calcular correctament el comportament dels vehicles davant d’aquest semàfor. Si veig que no tenen intenció d’aturar-se, els haig de deixar passar, si no vull que se m’emportin arrossegant vint metres o més. Els cotxes avui estan lluny del semàfor quan aquest es posa àmbar, perfecte!, aprofito per a creuar el carrer abans que comencin a fer-ho els que venen del carrer Mallorca. Això em permet guanyar un parell de minuts. A partir d’aquí ja tinc tot el camí calculat fins al passeig de Fabra i Puig, ja no em cal fer més bestieses...bé, sense comptar quan em fico dins del tràfic de la Meridiana pel carril bus per a poder passar les obres del carrer Felip II. A partir d’aquest punt haig d’anar esquivant constantment les obres i els contenidors d’escombreries - els nous, que ocupen gairebé el doble que els vells -. Aquests dos factors han fet redibuixar el carril bici, que ara no deixa de fer corbes tancades, per a evitar containers, semàfors, fanals i motos aparcades a la vorera, obligant-me a fer una cursa d’eslàlom. Quan em canso de fer corbes acabo pedalejant pel mig dels vianants, molt empipats amb mi per alterar el seu propi caos circulatori. Al passar al costat de la sortida del metro de Sagrera, una dona em veu i em cedeix el pas; de vegades te n’adones que no tothom va a la seva, i amb aquests comportaments torno a creure en la raça humana traient-me del cap la idea del "bikermaggedon"; sovint sóc força injust amb la gent.
Per fi arribo a Fabra i Puig i...sorpresa!, davant de l’estació de ferrocarrils a algun cap pensant li ha donat per canviar el sentit de circulació del lateral de la Meridiana (vés a saber per què), amb lo que ara només hi ha dues vies d’accés a Sant Andreu: un, per Can Dragó, entre les ordes de iaios que circulen pel passeig del colesterol; dos, per Concepció Arenal, un carrer d’un sol carril sempre ple de cotxes. Com avui vaig "tranquil" decideixo anar-hi per Can Dragó...craso error.
Com cada cop que hi vaig per aquesta ruta, em passo tot un quilòmetre de carril-bici esquivant la gent gran, els corredors, las mamàs amb els cotxes dels nadons, i torno a pensar un altre cop en comprar-me una excavadora i arrasar amb tot alló que es fiqui sense mirar pel mig del meu camí... Per fi arribo al passeig Valldaura, em fico en mig del tràfic per a baixar el pont del Drac, agafo la corba de Bartrina a tota pastilla pel davant de la resta de cotxes i arribo a casa gairebé sense fer cap més pedalada.
Un altre dia, i ja porto gairebé tres anys, he sobreviscut al tràfic de Barcelona, toquem fusta. 
Un dia m’hauré de qüestionar si val la pena estressar-me tant amb la bici, m’imagino que la gràcia és aquesta, malgrat que no tot són presses, també hi ha dies que vaig xino-xano, sobretot quan vaig cap a la feina, aquí desapareixen les urgències.

diumenge, 18 d’abril del 2010

Bentalha

22 de septiembre de 1997, Bentalha, 15 km. al sur de Argel

   Ya casi era medianoche y continuaba haciendo mucho calor, demasiado incluso para alguien acostumbrado al calor húmedo de la costa argelina, tal como era el caso de Fátima. Tras permanecer una hora en la cama sin poder pegar ojo se levantó, se vistió y salió a dar un paseo por las calles del vecindario. Siempre solía hacer el mismo ritual cuando sufría de insomnio. Esperaba poder relajar su mente paseando por las tranquilas calles, así luego le sería más fácil caer dormida, esto solía darle resultado.
   Mientras paseaba se dio cuenta que las fachadas de algunas de las casas de sus vecinos tenían una pequeña marca de pintura roja cerca de la puerta. Le pareció muy extraño, llegando a pensar si no serían señales entre ladrones para indicar las casas propicias para un próximo robo, pero rápidamente descartó esa idea, jamás se habían producido robos en Bentalha, excepto casos muy aislados. Siguió caminando, oliendo el aroma de los naranjos cercanos, y afinando el oído para enterarse de aquellas discusiones que sus vecinos intentaban ahogar bajo el sonido de la televisión. Otro hecho extraño se dio entonces: se escuchó el sonido de un helicóptero volando por encima del pueblo, debía volar alto pues apenas se oía.
   De pronto, un grito desgarró la tranquilidad de la noche, y a este se unieron otros gritos; daba la sensación que una jauría de chacales había llegado al pueblo. Nuevos gritos, esta vez de terror, se sumaron a los anteriores. Fátima se quedó paralizada en medio de la calle mientras veía aparecer desde la oscuridad a una multitud de sombras armadas con ametralladoras, pistolas y machetes. Vio como se diseminaban, unos entraban en las casas marcadas con pintura, mientras otros seguían corriendo en su dirección. Ella no conseguía despegar sus pies del suelo, su mente no podía pensar, las piernas le pesaban toneladas; antes de que pudiera reaccionar recibió el disparo de un asaltante, escondido bajo un pasamontañas, que le había disparado a escasos metros de distancia. La bala le impactó en el hombro izquierdo, tirándola al suelo mientras aullaba de dolor; quedó boca abajo mientras los hombres pasaban de largo sin comprobar si ella seguía viva. Levantó la cabeza lo máximo que le permitió el dolor y pudo ver como los asaltantes sacaban de las casas marcadas a hombres, mujeres y niños. A los primeros les cortaban los miembros a machetazos, a los últimos los mataban sin contemplaciones estampándolos contra las paredes de sus hogares y rematándolos a tiros. Las mujeres eran tiradas al suelo y allí las violaban o las mataban directamente, según el capricho del agresor de turno. Los habitantes de las casas no marcadas ni siquiera encendían las luces, parecía que dichos hogares estuvieran deshabitados; por la imaginación de Fátima cruzó la idea que seguramente esos vecinos habrían marchado sigilosamente del pueblo poco antes del ataque. La chica se dio cuenta que el pueblo había sido víctima de un ataque totalmente planeado, seguramente por terroristas integristas del GIA o del FIS. Así pasó unas horas que se le hicieron eternas, hasta que vio varias mujeres acercándose, una de ellas era su amiga Nacira. Fátima comenzó a alertarle en voz baja para que se alejara, pero Nacira no le oía, se agachaba delante del cuerpo inerte de una mujer, y de pronto Fátima vio como arrancaba un collar del cuello del cadáver. Fátima no pudo ahogar un grito de sorpresa…que Nacira oyó; un segundo después posaba sus ojos en su antigua compañera, ahora herida.
- ¡Esa está viva!, ¡Esa está viva!
   Varios asaltantes se giraron y comenzaron a caminar hacia Fátima. Ella, con gran esfuerzo y dolor, se levantó y empezó a correr hacia las afueras del pueblo. Tenía unos cuantos metros de ventaja. Ninguna de las mujeres intentó detenerla, Fátima ni siquiera pensó en ese hecho, sólo se concentraba en correr aguantando el gran dolor que sentía en todo su lado izquierdo. Un par de minutos después llegaba a los límites del pueblo, y ante su vista se mostraban decenas de vehículos militares. Por un momento, Fátima pensó que los militares acababan de llegar y ella podría salvar la vida. Pero no tardó en darse cuenta que los vehículos estaban inmóviles, y sus ocupantes miraban tranquilamente desde el interior lo que estaba ocurriendo. Nadie salió a rescatarla, ni siquiera cuando sus asesinos le daban alcance y la arrastraban de vuelta al pueblo mientras ella gritaba desesperada, sabedora de su destino.
   Fátima apareció al día siguiente degollada, alrededor de cuatrocientos de sus vecinos murieron también aquella noche. Nunca se supo si los culpables fueron los integristas del GIA, o escuadrones de la muerte cercanos al gobierno argelino, o el propio ejército argelino haciéndose pasar por integristas islámicos para desacreditarlos.
   La guerra civil que arrasó Argelia en los años noventa, costó la vida de entre 150000 y 200000 personas. Fátima es un personaje inventado, pero estoy seguro que su historia ficticia es superada con creces por la terrible realidad que se sufrió en Bentalha esa noche, y en muchos pueblos más en otras muchas noches durante aquellos años de terror.
   Las guerras siempre las desatan los poderosos y las sufren los inocentes.

diumenge, 11 d’abril del 2010

Mai Tai y el destino

Mai Tai se despertó sobresaltada, algo la había asustado y, de pronto, la oscuridad había desaparecido. Ya había amanecido, y en pocas horas el calor se haría insoportable. El sol es implacable en esa zona de Tailandia, aunque Mai Tai no sabía que era Tailandia, ni qué era el sol, tan sólo percibía que una sensación muy molesta le invadía y que el cuerpo le pedía buscar un sitio más fresco donde cobijarse cada vez que aquel objeto estaba allí arriba, tan alto, sin dejarse tocar, ni siquiera mirar.
Pero en esos momentos, el sol aún era soportable y no preocupaba a Mai Tai, que se desperezó estirando sus patas y, a continuación, se sacudió el pelaje. Buscó a su amo pequeño con el olfato, pero no había ni rastro de él. Sí le llegaron aromas de comida, pero sabía que la ama grande no le permitiría probarla, así que no se preocupó en intentar un acercamiento y se mantuvo estirada en el suelo, mirando distraidamente una piedra enfrente suyo.
La perrita no sabía que era domingo y, por lo tanto, la familia se levantaría más tarde de lo habitual, excepto la madre que, como Mai Tai, no entendía de fiestas. Se trataba de una perrita muy inquieta, así que no tardó en aburrirse de esperar y decidió ir a dar un paseo por su propia cuenta, quizás así pudiera encontrar algo para comer o jugar, o quizás ambas cosas.
Mai Tai empezó a caminar despreocupadamente por el poblado, conocía bastante bien la zona, la tenía marcada con el olor de su orina. Constantemente se cruzaba con otros perros, la mayoría amigos, pero también había algunos que le ponían nerviosa. En diversas ocasiones, algunos de esos perros le habían hecho daño cuando ella sólo quería jugar. También los había que, en vez de jugar, se ponían a olerle por detrás, llegando incluso a subírsele encima, cosa a la que ella se había resistido de forma agresiva. Odiaba que le olieran el trasero, ella sólo quería jugar y comer.
En estos pensamientos estaba cuando algo llamó su atención, un sonido; sus ojos buscaron el origen de éste y vieron un ratón a corta distancía. Para ella se trataba de un juguete con el que divertirse un rato. El ratón intentó esconderse entre la hierba, pero la perrita, guiada por su fino olfato, no le daba tregua. La persecución se alargó varios minutos; el ratón era rápido y astuto, y poco a poco ambos fueron alejándose de las casas. Mai Tai estaba tan concentrada en el juego que no se daba cuenta que cada vez se se alejaba más de la zona que ella conocía.
Finalmente dio caza al ratón, y dedicó un buen rato a jugar con éste hasta que su juguete dejó de moverse. Desilusionada por el final del juego, echó un vistazo a su alrededor y se encontró completamente desorientada. Vagó sin rumbo mucho tiempo, su cuerpo sentía sobre sí el molesto calor del sol de mediodía tropical, pero al final llegó a un lugar que heló su sangre.
Ya había estado allí, o eso pensaba, pero sin embargo no recordaba los olores que llegaban a su olfato. La pobre perrita no era capaz de entender que había visto ese lugar en sus pesadillas justo antes de despertarse bruscamente esa mañana. Frente a ella se mostraba un suelo oscuro por el que corrían animales con patas muy raras, muy anchas y negras, parecían no moverse, y sin embargo esos animales corrían a gran velocidad. Ninguno de ellos la miraba, no parecían sentir ningún interés en ella, sólo se perseguían entre ellos sobre ese suelo oscuro. De vez en cuando, cruzaban ese suelo, a menos velocidad pero también muy rápido, animales que por sus cabezas le recordaban a sus amos, pero tampoco movían sus patas.
Tras un primer momento de miedo, al ver que los otros animales no le hacían caso, comenzó a sentir curiosidad por saber cómo olerían; quizás si se acercaba a alguno de ellos le permitirían jugar a perseguir. Se acercó al suelo oscuro, lo pisó, su tacto era duro y emanaba mucho calor. Vio como lentamente se acercaba un animal pequeñito, aunque cada vez parecía más grande y un poco más rápido.
Seguro que parará a olerme, seguro que parará, cada vez más cerca, ahora no es tan pequeño, es muy grande, espero que par...
- ¡Oh! ¡Por Dios!
- ¡Oh! ¡pobrecito, qué pena!
- Tranquilos – dijo Paco, el guía tailandés -, creo que ha salido corriendo por el otro lado.
- ¿Seguro?, a mí no me lo ha parecido – contestó uno de los turistas que iban en el monovolumen.
- Bueno, en caso contrario tampoco pasa nada, seguro que se reencarna en chófer de monovolumen. - y diciendo esto, Paco soltó una ligera carcajada y se giró hacia los turistas para ver si ellos le seguían la gracia.

diumenge, 4 d’abril del 2010

El beso

Del evangelio de Judas

"La Palabra se oye por un instante y desaparece; cuando las gentes la van a interpretar, no hay en ellos de esa palabra sino un recuerdo de lo que escucharon.

Es posible que algunos le den la razón a la Palabra, otros le quiten la razón, pero, ante mi Padre, ni los unos, ni los otros tienen la razón, porque el eco de la Palabra que han escuchado ya se ha ido y no queda en ellos sino un recuerdo de lo que han oído".


- ¡No me puedes pedir esto, maestro!
- Nunca te había pedido nada y jamás te pediré otra cosa.
- ¿Por qué yo?
- Porque tú eres el más inteligente entre todos ellos, y por eso eres mi favorito. Tu destino está escrito, mi sacrificio será el tuyo propio. Tu nombre será maldito durante milenios por aquellos que en mi nombre realizarán actos atroces , y al final de los tiempos, tú te sentarás junto a mí en el reino de los cielos. Hágase la voluntad de mi padre.
Dicho ésto, el maestro besó al  alumno en la mejilla, sellando así cualquier posibilidad de réplica, y regresó a la cena junto a sus discípulos , dejando solo a Judas, que lloraba de rodillas suplicando piedad a la oscuridad, su único compañero en aquel patio.
Al llegar el alba, Judas, se dirigió a las autoridades y vendió a su maestro, tal como este le había pedido que hiciera. Después se suicidó. La historia contará que Judas actuó por envidia, odio, avaricia o desesperación, mientras su maestro estaba seguro que lo haría por fidelidad y obediencia ciega. También la historia dirá que Judas acusó a Jesús con un beso de traición, nada más lejos de la realidad, aquel beso realmente era de amor.

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