dimarts, 19 d’agost del 2008

La princesa del parque

El anciano se acerca poco a poco a la papelera. Ha visto un periódico que con un poco de suerte le permitirá tener un rato de entretenida lectura, no le importa que la noticia sea de hoy o de hace diez años, hasta que él no la haya leido no habrá sucedido.
El diario está arrugado y manchado de barro, seguramente alguien lo ha utilizado para limpiar sus zapatos, pero afortunadamente tiene todas sus hojas enteras.
El anciano se sienta en un banco al lado de la papelera, se humedece un dedo con la punta de la lengua y con él pasa la primera hoja. Va diciendo en voz baja lo que va leyendo, así aprendió a leer en el colegio hace muchos muchos años.
La mañana pasa poco a poco, de vez en cuando levanta la cabeza para mirar al infinito y asimilar lo que acaba de leer.
Al terminar, se levanta lentamente del banco y se guarda el diario en su carrito. Por primera vez en toda la mañana se da cuenta que hace frío, se pone la bufanda sucia enrollada al cuello y continúa su busqueda diaria de comida en las papeleras del parque. Esa es su forma de subsistencia desde hace varios inviernos, cuando sus ahorros se terminaron y el dinero de la pensión no llegó para pagar la residencia de ancianos, al no tener a nadie que pudiera hacerse cargo de él lo dejaron en la calle. Desde entonces duerme cerca de la figura metálica del zorro que da nombre al parque, y tan sólo lo abandona cuando el frío húmedo que cala los huesos es insoportable y se ve obligado a ir a un albergue.

- ¡Vaya!¿Qué es ésto?, parece un broche.

El anciano coge el broche de la papelera y lo mira atentamente. Tiene roto el enganche pero es muy bonito.

- Seguro que le gusta a la princesa. Se lo voy a llevar ahora mismo.

Sin perder un momento se olvida de su búsqueda de comida y se va a buscar a su princesa, que vive en la parte alta del parque. Aunque ella tiene más o menos su edad, el anciano la ve como una joven, de ojos felinos pero tristes, los de una persona a la que han robado su orgullo violentamente.
La princesa se encuentra sentada en su banco, dando de comer a las palomas que se arremolinan a su alrededor. La comida que cada día le trae el anciano prácticamente no la prueba y se la guarda a las palomas.

- ¡Princesa!, ¡le traigo un regalo!

Ella mira curiosa al anciano y avanza una mano hacia la que éste le tiende. Él le da el broche y busca la expresión de su cara. De repente, de los ojos de la princesa brotan unas lágrimas, y su boca dibuja una triste sonrisa.

- Es muy bonito, muchas gracias. ¿Quiere usted sentarse a mi lado y ayudarme a dar de comer a las palomas?
- Sería un placer.

El anciano se sienta al lado de su princesa, y ambos se quedan en silencio tirando migas de pan a las palomas. De vez en cuando él levanta la vista hacia la mujer que tanto ama, pero ella sigue mirando a las palomas, aún con su triste sonrisa dibujada en sus labios.
Cuando la noche comienza a caer sobre el parque, el anciano se levanta y se despide:

- Buenas noches, Princesa. Si necesita algo ya sabe dónde estoy.

Ella le mira agradecida pero sin decir nada.
El anciano se va en silencio en busca de su banco, hoy no ha comido nada en todo el día y además hace frío, pero está contento porque ha hecho sonreir a su princesa.

2 comentaris:

horabaixa ha dit...

Hola Wambas,

M'agradan els teus relats. Aquest es molt tendre.

Em fan pensar en un tipus de literatura que fa temps que no llegeixo.

Una abraçada

Wambas ha dit...

Moltes gràcies horabaixa.

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